Los Tres Pasajes, nº 16, 1958

Una interesante charla
con el viejo aficionado pasaitarra don Nicolás Garbizu,
abonado durante 45 temporadas a un tendido
en la «universidad del Chofre»
En la vida taurina de Ancho –de rancia solera– se acaba de producir un hecho que tiene, indudablemente, carácter de histórico.
Nos referimos a la clausura definitiva y consiguiente desaparición, después de una prolongada y magní­fica hoja de servicios, de la «plaza» del General Zumalacarregui.

Aquel hermoso solar, que durante tantos «sanfermines» se convirtió en circo taurino, ya no volverá a serlo nunca más… salvo en el caso de que se produzca un terremoto o un milagro. Sus propietarios –porque aquel solar no era municipal sino de propiedad particular– lo tení­an decidido así­, y no quedaba nada que objetar. Terminados los festejos taurinos de los «sanfermines» de 1.957, se dio el cerrojazo definitivo a la «plaza» para que comenzasen en ella los trabajos de su saneado y acondicionamiento a fin de convertirla en solar edificable. Y hoy es el dí­a en que ya pueden verse emergiendo de él tres casas que nadie duda serán magní­ficos inmuebles en el plazo breve de unos meses.
Ante tan importante suceso en la vida local, hemos considerado de gran oportunidad sostener una charla con uno de los anchotarras más aficionados al arte de «Cúchares» y que, por haber estado siempre metido en los asuntos taurinos del distrito, mejor nos podí­a recordar pormenores y sucesos relacionados con la ya desaparecida «plaza» del General Zumalacarregui.

Este gran aficionado es nuestro querido amigo don Nicolás Garbizu, que ha presenciado una cantidad de festejos taurinos realmente incalculable en las principales plazas de España y mantenido relación de amistad con toreros, ganaderos, empresarios y otros personajes más o menos importantes de la Fiesta Nacional.
Si habrá sido aficionado a los toros el amigo Garbizu, que hasta la pasada de 1.957 estuvo abonado a un tendido, en la plaza de San Sebastián durante 45 temporadas consecutivas… y ahora lo ha dejado para tomar en su lugar una delantera de grada.

¡Ah!… Otro detalle bien significativo. Hace ya muchos años, otro conspicuo de la taurofilia local, don Eleuterio Zaballos, y él hicieron una excursión mañanera a las Cuevas de Landarbaso; y luego cubrieron la distancia que hay desde aquel famoso lugar hasta Irún, a pie –más de dos horas de caminata– por ver torear en la plaza de la fronteriza ciudad a Rafael «el Gallo» y Vicente Pastor.
Don Nicolás Garbizu que tiene bastante buena memoria, comienza diciéndonos:

–El primer festejo taurino que se vio en Ancho, consistente en una corrida de vaquillas emboladas, celebróse a primeros de este siglo y tuvo por escenario el solar donde hoy se encuentran los bares «Marichu» y «El Romeral» pequeño. Por cierto, que un año, un bicho rompió la barrera y salió pitando después de saltar por encima de dos «muquizus» del pueblo que presenciaban el festejo y que menudo susto se llevaron… Aquellos chicos éramos un tal Ignacio –no recuerdo su apellido– que vive todaví­a en Ancho, y yo. La vaquilla, tirando por donde hoy está el bar Ulloa, subió hacia Escalantegui y arremetió contra un barquillero que bajaba de Alza… Los que vivimos de aquella época bien recordamos este episodio. El pobre barquillero abandonó precipitadamente la caja de los barquillos y se subió a un árbol, burlando de este modo al astado, que poco después era reducido habilidad y devuelto a la «plaza».
¿Desde cuándo vení­a funcionando la que terminó su vida activa durante los «sanfermines» de 1.957?
–El primer festejo taurino celebrado en ella debió de ser una novillada con tres matadores del pueblo que tuvo lugar el 13 de julio de 1.913. Recuerdo la fecha porque fue el mismo dí­a de aquel trágico choque del «topo» a las puertas mismas de Irún… Yo, que era entonces presidente de la «Unión Anchotarra», presidí­a la novillada y alguien se me acercó para darme noticia de lo que habí­a ocurrido…
¿Recuerda quienes eran los tres matadores del pueblo que actuaban en aquel festejo?
–¡Como si fuera hoy mismo! Los siguientes y por el orden que los cito: Florentino Garayartabe (el Machaco), Eleuterio Zaballos (el Carterito o Veneno) y Miguel Goitiandia (el Chuncho). Los dos primeros murieron y el tercero, retirado de su oficio de maquinista de imprenta, vive desde hace algunos años en Zaragoza…
¿Cuál de los tres fue el que mejor estuvo?
–Quiero recordar que por el estilo…
¿Bien?
–Regular… Los tres tuvieron mejor voluntad que acierto. Nos debimos a reí­r bastante… Recuerdo que Zaballos quiso a uno de los bichos recibirlo con un cambio de rodillas y… efectivamente: él hizo el recorte por la derecha y el toro se le fue por el otro lado…
Ha citado usted una Sociedad, la «Unión Anchotarra», de la que era presidente. ¿Recuerda dónde tení­a el domicilio aquella Sociedad?
–Sí­, señor. En la calle que es hoy de Javier Marquina, precisamente donde se halla en la actualidad la tienda de ropa de Azurza, frente al «Romeral» grande.
¿Podrí­a citarme a algunos otros aficionados de la localidad, que también actuaran en los festejos taurinos patronales?
–Pues… Victoriano Gamborena (de Renterí­a, aunque ha vivido siempre en Pasajes), Juan Manrique, Manuel Martí­n, Martí­n Gamborena (hermano del anterior y carnicero como él), Ernesto y Paco Tizón (que eran hermanos, ambos peluqueros y que hace muchos años se fueron del pueblo), Manolo Zala…
Y usted, tan aficionado, ¿habrá toreado también alguna vez?
–No, señor: nunca. No me ha llamado Dios por ese camino… Para ponerse delante de una res hace falta un temple que yo no tengo. Soy un entusiasta de la fiesta, pero como idealista y espectador, como admirador de su belleza plástica, de la bravura del torero y de la de la fiera; pero no como militante y protagonista. Sin embargo, un dí­a, estando en los corrales de la plaza de toros de San Sebastián admirando la corrida que iba a lidiarse al dí­a siguiente, una de las reses se me arrancó como una centella y si no ando de prisa para guardarme en un burladero… De todos modos, se me llevó la gabardina prendida de un pitón. ¡Figúrese! Ya pude hacerme una aproximada idea de lo que se siente delante de un toro…
Desde luego. Y hace ya bastante tiempo que no se celebran aquí­ novilladas con «diestros» de Pasajes, ¿verdad?
–Sí­; hará lo menos cuarenta años que no hemos visto en Ancho un festejo de esa clase.
En cambio, ¿con toreros profesionales?
–En la «plaza» que se montó en terrenos de Luzuriaga, vimos no hace todaví­a mucho a «Chiquito de Renterí­a», en lidia sin picadores, matar un hermoso morlaco que en canal pesó sus buenos 258 kilos. Pero, prácticamente, los festejos taurinos de nuestros «sanfermines» han quedado hace ya tiempo, reducidos al encierro y a las vaquillas clásicas, al estilo de Pamplona… aunque aquí­ tenemos uno, cómo remate de los demás, que no lo tienen allí­. Me refiero a la «cena del toro».
Efectivamente. Y… ¿desde cuándo se viene celebrando esta «cena del toro»?
–Desde hace unos treinta y cinco años. Fue una iniciativa muy acertada del alcalde don Constantino Echarri. Asistimos a ella –y digo «asistimos», porque yo no falto nunca– más de doscientos comensales. Muchos, con sus mujeres, y durante el ágape reina entre todos los concurrentes una verdadera confraternidad, sincera y alegre. Como usted sabe seguramente, nos comemos una de las vaquillas, y la carne de las demás, parte se pone a la venta al público y el resto se regala a las familias más necesitadas del pueblo. El menú de esta cena se confecciona, naturalmente, a base de carne, que suele ser muy sabrosa y tierna. Las bebidas y licores de la cena los facilitan gratuitamente los bares y los almacenistas. Durante la cena toca la banda. Y una vez acabada, se corren las últimas vaquillas de las fiestas y se celebra luego un animado baile que dura hasta las primeras horas de la madrugada. En suma, una fiesta simpatiquí­sima, en cuya organización interviene una «Comisión de vaquillas», de la que forman parte actualmente Juanito Manrique y Manuel Martí­n, que son unos colaboradores entusiastas y especializados en este espectáculo, de la Tenencia de Alcaldí­a del distrito, en la actualidad tan digna y acertadamente desempeñada por el querido amigo y convecino don José Chivite.

Don Nicolás Garbizu es un hombre abierto en el pensar y ameno en la charla. Pero esta amenidad sube de punto cuanto se aborda el tema taurino, que constituye todaví­a, al cabo de los años, su más acusada debilidad. El tema taurino y los puros… de los que diariamente hace un importante consumo.
Archivo viviente de cosas de toros y toreros, el amigo Garbizu cuenta y no acaba.
Entre trago y trago, dí­as pasados nos contó en «Galeperra» varios sucedidos anecdóticos, para cuya total reproducción carecemos de espacio. Ocuparí­an un volumen de muchas páginas.

Belmontista acérrimo y entusiasta, don Nicolás Girbizu seguí­a a su í­dolo con devota asiduidad por los principales cosos donde actuaba. Y conocedor el pasmo de Triana de aquella fiel e incondicional admiración que despertaba en el pasaitarra, descendió más de una vez del alto pedestal en que su arte y su valentí­a le habí­an colocado para alternar con él en un diálogo amistoso y cordial. Prueba de ello es una de las fotos que publicamos con el presente reportaje, al que ponemos punto final agradeciendo al señor Garbizu la deferencia con que nos ha distinguido al brindarnos la oportunidad de la presente charla.

B. U. L.