Los Tres Pasajes, nº 11, 1953
desde Nueva York
“Creo firmemente que triunfaré
y que podré tener un estudio cómodo donde nací”.
Este invierno tuve ocasión de saludar una mañana en la imprenta “Lort”, propiedad de mi querido amigo Julián Lorente Gracia, al pintor Fernández de Pasajes.
Este, que acababa de celebrar una interesante y fructífera exposición en las Salas donostiarras Aranaz Darrás, preparaba entonces su voluminosa maleta, para embarcar, de nuevo, con rumbo a los Estados Unidos.
Yo no conocía personalmente al artista. Julián Lorente me lo presentó.
–Además, sois tocayos… –dijo, subrayando la fórmula corriente de las presentaciones y encarándose conmigo.
Luis Fernández me estrechó la mano con la suya, pequeña, morena y fuerte.
–Encantado – rubricó mi tocayo, amablemente, con su voz ronca.
Terció Lorente y la conversación general se fue diluyendo en notas de anécdota y de humor.
Aprovechando un claro en el diálogo, pregunté al pintor, en quien noté inmediatamente una propició disposición a la confidencia:
—Ese Pasajes, que figura después de su nombre y del primer apellido, ¿es realmente un segundo apellido o…
No me dejó terminar la interrogante. Mi tocayo recién presentado se apresuró a aclarar:
–Es un perenne homenaje a mi pueblo….
—¿Pasaitarra, entonces?
–Pasaitarra. De Ancho.
–En ese caso; se me ocurre… –propuso Lorente, anticipándose a mi pensamiento.
–Hecho, y complacidísimo –le dije, adivinando el suyo.
–¿De qué se trata? –preguntó, perplejo, el artista.
–Se trata, sencillamente –propuse yo– de ofrecer a usted las páginas de la revista “Los Tres Pasajes” para que desde ellas dirija, en el número del próximo Julio, un saludo a sus paisanos.
–Lo haré con el mayor gusto. Precisamente, estaba deseándolo. Conocía la revista. Pero…. esta vida mía de trotamundos, en busca de más dilatados horizontes para mi arte, me ha cogido muchos “sanfermines” ausente de mi “txoko” y no tuve oportunidad de trabar contacto con ustedes. Y sin esta afortunada casualidad….
–Pues…. ni hecha de encargo…. –comentó el amigo Lorente.
–De aquí a julio, todavía hay un rato….; pero queda en píe el ofrecimiento –confirmé, tendiendo la diestra al pintor pasaitarra en ademán de despedida.
Fernández de Pasajes me dio su tarjeta; y al tiempo que yo buscaba una mía en la cartera de bolsillo, me dijo:
–Estas son mis señas en los Estados Unidos. Y descuide; que, con tiempo suficiente, yo le escribiré desde allí, mandándole fotos y un saludo cordialísimo para mis paisanos.
Y así quedó la cosa.
A mediados de junio recibía, por vía aérea, un amplio sobre color crema, procedente de Nueva York. Miré el remite. Fernández de Pasajes cumplía su promesa. Eran varias fotos suyas y unas líneas con destino a los lectores de LOS TRES PASAJES, junto con una carta para mí, breve y afectuosa.
Las líneas dirigidas a los pasaitarras dicen de este modo:
«Desde esta tierra tan lejana, mi pensamiento hace diariamente más de medía docena de viajes de ida y vuelta a España. Y no digamos a Pasajes, que es mi “txoko” nativo.
Queridos pasaitarras y amigos míos. ¿Veis estas fotografías que remito a la revista de nuestras fiestas patronales?
Quienquiera que no me conozca, presumirá que en Norteamérica –acaso lo deduzca por mi atuendo y por el suntuoso fondo urbano de algunos de esos retratos– hago una regalada vida de turista. Pero, a poco que se fije, notará que en todos ellos estoy pintando o tomando algún apunte que utilizaré en un próximo cuadro.
Esa, pues, y no otra, es mi vida en el país del dólar ahora, como la ha sido antes en París, en Italia, en México…. Trabajar, trabajar siempre.
Enamorado de mi arte, no he hecho otra cosa que trabajar, impulsado por un ansia constante de superación y mejoramiento, desde que, a los 13 años, fui premiado en un Concurso de Artistas Noveles Guipuzcoanos.
Yo he tenido el honor de hacerle cuatro dibujos al Santo Padre en Castelgandolfo. En el Pentágono de Wáshington, que está, exactamente, a unos 15 kilómetros, en las afueras de la capital, pinté, al coronel Ahalt, del Servicio Secreto, después de atravesar la más rigurosa línea de controles que podéis imaginaros. (Haceos una idea con estos detalles: cuando uno quiere entrar en el Pentágono, después de lograr autorizaciones y tarjetas de identidad y entregar fotografías y huellas dactilares, le cuelgan un numerito en la chaqueta, le piden firmas y más firmas, registran su hora de entrada y, según avanza, le persiguen por todos los ángulos ojos eléctricos…).
He pintado al millonario Beistegui, en Venecia; al presidente de la Suprema Corte de Justicia de México, señor Urbina; al Arzobispo Primado mexicano; al sabio español Altamira, que fue juez del Tribunal de La Haya; al infortunado “Manolete”, en 1945, en mitad del Atlántico, a bordo del “Marqués de Comillas”….
Trabajar; siempre trabajar…. Este es mi sino. Pero al otro lado de este esfuerzo denodado y tenaz, vislumbro que está la meta del éxito.
¿Triunfaré? Creo firmemente que sí; todavía soy joven. Y cuando triunfe, mi ilusión mayor es tener un estudio cómodo allá donde nací.
Tengo el proyecto de darme una vuelta por ahí el otoño próximo. Si ello es así, hasta muy pronto, queridos paisanos. Y un abrazo muy fuerte».
Luis Ureña