El Día, 1933-03-15
Excelente muchacho este Buenaventura Eceiza , que burla burlando ha llegado a ser un gran tenor, como lo demostrará el domingo, si es que no lo tiene demostrado ya.
El no le da a la cosa gran importancia y se asusta un poco cuando ve que hasta le queremos hacer una interviú.
— ¿Qué cuando empecé a cantar? ¡Qué se yo! Puede que fuera en alguna sidrería; pero en fin, como esto va en serio, ponga usted que fue en la Schola Cantorum de Pasajes. Yo soy pasaitarra y quien me inició en el canto fue don Gelasio Aramburu, el abnegado sacerdote y meritísimo profesor, que ha dado vida a esta gran masa coral tan aplaudida y solicitada no sólo en el país vasco sino también desde muchos puntos de la península.
— ¿No ha pertenecido usted también al Orfeón Donostiarra?
— También he formado parte de él durante algún tiempo, siguiendo las lecciones de don Secundino Esnaola. Aparte de esa he intervenido en infinidad de funciones benéficas. Para esa y para las funciones religiosas nunca he negado mi voz; en Calatayud, donde estuve de administrador en una fábrica de harinas; en Castejón donde estuve luego; en Begoña con la Coral de Bilbao; en Pasajes de continuo, mi voz ha sonado bajo las bóvedas de todas las iglesias.
— ¿Y nunca pensó usted en dedicarse de lleno al canto?
— Don Secundino Esnaola me animó muchas veces a que lo hiciera; pero la verdad es que nunca me decidí a tomarlo muy a pecho. Y eso que tenido junto a mí ejemplares que podían haberme animado: el de Faustino Arregui, por ejemplo. Arregui, Cortajarena y yo, compañeros los tres y vecinos de Pasajes veníamos juntos todos los días al Orfeón Donostiarra. Pero luego cada uno hemos tomado nuestro camino.
— Y usted por lo que vemos, sigue prodigando su voz con verdadero desinterés.
— Para eso la tengo. Para mí el cantar es un placer. Si para los demás lo es también el oírme, que se aprovechen hasta que se me acabe la cuerda.
Y con este desinterés y esta campechanía, se dispone a salir a cantar el domingo la parte de “Txantxon Piperri” este buen muchacho de Eceiza. El no le concede demasiada importancia al que de su cuerpo de gigante salga una voz aterciopelada y suave, como la que aplaudirán el domingo nuestros lectores.
Porque la aplaudirán; estamos seguros. Se lo merece la voz y se lo merece el muchacho.