Los Tres Pasajes, nº 3, 1945
Durante la pasada Semana Santa estrenó la iglesia parroquial de San Fermín, de Ancho, un nuevo paso. En la procesión de Viernes Santo recorrió por primera vez las calles de la villa éste del Descendimiento que ofrecernos al lector en la presente fotografía. Realmente, ¿qué otra escena de mayor sublimidad pudo haber escogido el pueblo católico de Pasajes Ancho para conmemorar en los Días Santos los divinos Misterios de la Pasión?
Es una copia fiel de otro grupo inmortalizado por el mago de la escultura. El genio de Miguel Angel, a quien, sin duda, inspiraron los ángeles, supo labrar en la piedra el infinito dolor de la Madre y la rigidez mortal del Hijo.
¿Qué mundos de grandeza y de heroísmo encierra este grupo, sencillamente maravilloso, de la Piedad, de Miguel Angel?
La Cruz, emblema del verdadero Dios, continúa en pie. Sus brazos abiertos pregonan a los cuatro vientos la muerte del Salvador del mundo.
El Hijo, rendido de tanto sufrimiento, descansa sobre las rodillas de su Santísima Madre. Y ésta, alma fuerte de mártir, sobreponiéndose a su dolor, ofrece al Señor de todo lo creado la Víctima Inocente de la Redención.
Pero sobre su significación artística y sobre lo que tiene de simbólico significado religioso, este paso –para cuya perfecta realización escuchamos tantos elogios– tiene una nueva expresión que nos apresuramos a revelar.
El paso delata la magnífica generosidad del pueblo pasaitarra y su elogiable esplendidez cuando se trata de contribuir al embellecimiento y decoro de la Casa de Dios.
Ello estimula y conforta el ánimo, al contemplar el panorama general del mundo y comparar la fe de unos y otros.
Afortunadamente, el catolicísimo pueblo pasaitarra nunca ha dejado de escuchar la voz de Dios y de ajustar su conducta privada y pública al contenido de las sabias leyes divinas.
Sin embargo, hemos de avivar el auténtico espíritu católico que nos legaron nuestros mayores. Porque… ¿qué se ha hecho de aquella fe de quienes nos precedieron en el paso por este mundo, que hasta en las aldeas más apartadas y lejanas supo levantar verdaderas basílicas, cuyas suntuosas y atrevidas torres parecen penetrar en el cielo, cual flechas henchidas de fe y cargadas de oración?
Es de esperar que el creciente interés del pueblo pasaitarra hacia los problemas múltiples de su parroquia llegue a culminar en la pronta realización de uno de sus más caros anhelos. El lector sabe perfectamente cuál es: la construcción de un nuevo templo, digno del pueblo y más propio que el actual para morada del Creador de los Cielos y de la tierra.
Pidamos todos los buenos católicos de Pasajes que así sea.