La Unión Vascongada, 1899-01-05
Falleció anteayer en Pasajes.
Ha muerto a los 37 años de edad cuando todo le sonreía, cuando la felicidad, siempre avara, con las humanas gentes, le prodigaba sus favores.
Román Alcalde, nuestro particular y muy querido amigo, era un navarro de corazón, franco, leal, honradote, esposo modelo y poseía ese don especial de hombre agradable, de captarse las simpatías de cuantos le trataban.
Hace poco tiempo que se había casado. Estaba, por decirlo así, en lo mejor de la luna de miel, cuando una traidora pulmonía ha venido a arrancarle del mundo de los vivos.
Su esposa, su familia, adoraban en él.
Nosotros le queríamos por que en él se encerraba, eso que desgraciadamente escasea hoy en la sociedad; franqueza sin límites.
No sabía odiar. Los daños los pagaba siempre con beneficios; el perjuicio que se le hiciera recompensábale con el favor. Por eso no conocía enemigos.
Recordamos que, aún no hace muchos días se nos presentó, mientras juntos paseábamos por los muelles de Pasajes, un pobre repatriado del ejército de Cuba, que hacía poco tiempo había abandonado, creyéndose ya con buena salud, el Sanatorio de San Ignacio, donde cuidadosamente era atendido en su enfermedad, y expuso con el frío de la calentura aún en los labios, la angustiosa situación en que se encontraba, por haber abandonado voluntariamente la Casa de Salud.
Román, llevado del sentimiento caritativo innato en él, no solamente le prodigó frases de consuelo, sino que hizo a uno de los restaurantes de Pasajes, atender por su cuenta al repatriado, después de socorrerle con espléndida limosna.
Y así a cada momento. Su dinero era del primer necesitado que lo demandaba.
La conducción del cadáver, desde la casa mortuoria en el barrio de Ancho de Pasajes hasta el cementerio de Polloe de esta ciudad, donde ha sido inhumado, en la sepultura que la familia posee, ha puesto de manifiesto las simpatías de que nuestro pobre amigo gozaba en este mundo. Todas las clases sociales de Pasajes, estaban representadas en la comitiva, todos aquellos a quienes el deber lo permitía acompañaron, rindiéndole así un último y merecido tributo al cadáver hasta su fúnebre moreda.
Innumerables amigos de San Sebastián, sin distinción de clases, acompañárosle también al cementerio.
Una lujosa carroza tirada por cuatro caballos empenachados condujo el cadáver, que hasta entonces había sido transportado en hombres de cuatro amigos del finado, desde Baronenea hasta Polloe.