Revista Gráfica de Pasajes, 1929
Atrás media centuria. Y entre las cenagosas marismas del puerto de Pasajes, a la entrada de la abertura de Molinao, una menguada y poco apacible casuca, remanso del vigilante Cuerpo de Carabineros, destacaba aislada luciendo su soledad. Pero un día, las gentes viajeras advirtieron que en la minúscula planicie marismera había surgido, sin parejura, otro inmueble: ya eran dos en promiscuo maridaje. Y sin grandes intervalos de tiempo ni distancia iban observando, aquí otro, otro más allá; acullá otro de más prestancia: Ancho se bosquejaba. Vislumbres de calles se iniciaban. Una localidad más iba entonando el prestigio de la villa. A los cincuenta años, Ancho es… Ancho. Una población que marcha, anhelante de vida, ahita de pleno querer, hacia una indiscutible hegemonía en la constelación urbana que festona el Puerto.
El pueblo, en movimiento ascendente de gestación, empezó a sentir la falta da aquellos inmuebles señeros que valorizan y dan tonalidad adecuada a la vida progresiva y sentimental de toda agrupación humana. Y tuvieron un templo. Un templo asaz modesto, un templo humilde y pobre –como la pobreza santa de su Creador–; pero, al fin, un templo, concepto acogedor de toda alma atribulada, símbolo consolador de toda ansia infinita y eterna.
Y al lado de él otro edificio, en aquellos tiempos casi prócer –en íntima consonancia con el alma generosa que le donó–: una escuela; la escuela Viteri, en la que habían de irse troquelando las nuevas generaciones anchotarras a través de variadas contingencias, de heredados fatalismos; de forcejeos y contraforcejeos atávicos; de acomodamientos unas veces, de rectitudes inflexibles otras, según tiempos, y hombres y cosas.
¡La escuela! Pero es que todo en la vida es escuela: la escuela del hogar, la escuela de la calle, la escuela de la plaza y la de la plazuela; la de los aires de fuera y la de los aires de dentro… y la escuela de todos los aires, que portan en sus ondas universales, sones, murmullos, estridencias, rumores, vagidos, estertores, ecos mil de entonaciones y armonías y desarmonías diferentes.
Y, restringiendo el concepto, la escuela que las gentes saben, la escuela por antonomasia, la escuela de la grey infantil, que no es más que una de las porque pasa la forja del niño. No ciertamente, la más fuerte, la más formativa ni la más decisiva, pues que el niño llega ya a ella adulterado por la influencia del medio social, por lo que, la labor escolar, aun ceñida severamente a los principios de la más pura doctrina pedagógica, será poco más que estéril sí no va acompañada de una profunda transformación económica y social. Hablo de la escuela amplia, universal, sin restricciones, no de la escuela mutilada y pobre del leer, escribir y contar; no de la escuela alfabeta de los analfabetos alfabetos, sino de la escuela que tiende a desenvolver íntegramente la potencialidad anímica y somática del niño.
La escuela Viteri de los niños de Ancho, de este Ancho cosmopolita y recio, por vicisitudes y azares no venía rindiendo –no podía rendir” lo que el vecindario creía poder esperar de su escuela grande, de su escuela prócer, y ésta iba viviendo laxa, precariamente, sin el calor popular que entona y vivifica, sostiene y estimula. Pero en la última década hubo una remoción de actividades, se salvaron tropiezos, se apartaron obstáculos, se vencieron inercias, se inyectó nueva fe en el alma de las gentes, aquella escuela anquilosada se empezó a mover merced la buena voluntad de todos y, en especial de los que, siendo regidores de la cosa pública facilitaron cuanto el menester de las escuela públicas requería con caracteres de urgencia. Para ello no hubo regateos ni recelos, ni mezquindades, ni cerrazón de oídos, ni mucho menos incomprensión de valores: una visión clara, intuitiva, despertada. en el alma del pueblo respecto al valor escuela, lo hizo todo, las escuela se puso en marcha. Hoy hay un principio de escuela activa, racional, con un principio también de graduación que facilita la labor escolar El progreso vital de la barriada; la creciente densidad de población, va exigiendo, casi anualmente, con acucias de tirano, amplitudes materiales en los salones de clase, mayor aportamiento de material y menaje… y a todo se subviene en la medida de lo factible y hacedero; pero ¡ay! que ya esto no basta.
Lo que hace apenas dos lustros era un sólo salón con 80 niños de asistencia lánguida, irregular, fueron luego dos con 115 y asistencia más tensa; y hoy, tres, con 165 niños de asistencia regular y compacta. Todo esto se ha hecho y a esto se ha llegado en estos diez últimos años.
Hoy, el censo escolar de Ancho ha rebasado el ámbito material de su edificio-escuela, y esta donación Viteri tocó el límite de su elasticidad: los niños del barrio populoso no caben ya en su escuela. Voz de prevención al pueblo; las autoridades locales, en su previsión vigilante, se han percatado ya. Un nuevo edificio escolar que responda a normas de actualidad, a exigencias de los tiempos, capaz de acoger a la población infantil toda –niños y niñas– y a la que puede preverse para un lapso prudencial de tiempo venidero necesita Ancho.
A. M. DE GONZALO.
junio, 1929