La Unión Vascongada, 1897-09-11
Tranquilamente dormitaban nuestros vecinos de Pasajes ayer de madrugada, cuando el ruido tristón de roncas y descompuestas notas que el sereno de guardia lanzaba precipitadamente por los ámbitos de la población anunciaba a aquellos pacíficos habitantes que algo grave, extraordinario, habíase producido en el barrio de Molinao y fuerza era acudir a aquel lugar para conjurar el peligro.
Decíase con la agitación y sobresalto natural de los primeros momentos que “el petróleo ardía”, que un depósito se quemaba, pero nada ultimaba el sitio donde el incendio se había producido, ni se explicaba la alarma más que por el correr, en distintas direcciones, de algunos pocos que precipitadamente abandonaban el lecho y a medio vestir salían a la calle impresionados con la fatídica frase de “el petróleo arde”.
Reciente la terrible explosión del San Ignacio de Loyola, fijo aún en la memoria de todo el vecindario el recuerdo del terrible incendio y explosión que en la refinería donde el inflamable mineral se prepara produjérase allá por el año 68, sembrando el espanto y el terror en los habitantes y el luto en alguna desgraciada familia, fácil es comprender la alarma que noticia de la naturaleza como la que se difundía había de producir.
Los que pudieron escuchar los toques de alarma pensaron sólo en el peligro que a todos amenazaba y a persuadirse de él, para satisfacer esa extraña curiosidad que en tales momentos se revela, y ayudar a hacerla desaparecer, si aún era tiempo, o ponerse en salvo si ya no se podía conjurar, marcháronse donde el incendio se suponía había estallado.
Cada cual emprendía distinta dirección: unos encaminábanse hacia la fábrica de la señora viuda de Londaiz; otros hacia la estación del ferrocarril, en cuyos muelles, donde a menudo se depositan cajas de aquel mineral, se suponía haber estallado el fuego, y otros, en fin, hacia los depósitos que los señores Henri Dougier y Deustch y Compañía tenían establecidos en los terrenos de Molinao, contiguos a la iglesia en construcción. Pero pronto se desvanecieron todas las dudas. Densas columnas de humo mezcladas en ese olor acre que despide el petróleo, elevábanse en forma espiral invadiendo la atmósfera y haciendo difícil la respiración allí donde los depósitos Dougier y Deustch se levantaban; luego el ruido sordo ensordecedor que produce la explosión a manera de intenso fogonazo, el chirriar de un edificio que se desploma, inmensas llamaradas de fuego que todo lo destruye, iluminación fantástica de tenebrosos tintes para todo lo que alumbra, fue lo que a los ojos de los espectadores presentaba aquel lugar.
El almacén del señor Dougier donde se almacenaban 358 cajas de petróleo marca “El Gallo”, había sido completamente devorado por las llamas. Ni una sola de las cajas allí depositadas pudo salvarse. También el edificio, propiedad de los señores Deustch y Compañía, donde se hallan depositadas más de 1.500 cajas de petróleo marca “León” y otras materias inflamables, había comenzado a arder interiormente, pero allí pudo sofocarse el fuego, tapando con césped y tierra todas las ventanas y hendiduras por donde el aire frío de la atmósfera pudiera penetrar al interior. De este modo consiguió sofocarse el incendio en aquel sitio que amenazaba tener el mismo fin que el edificio inmediato.
De las versiones que en el sitio del suceso hemos podido recoger, parece ser que una mano desconocida, pero criminal a todas luces, puso fuego a los edificios, que son de madera, excepción hecha del basamento que los sostiene, todo piedra que se eleva como a dos metros sobre el terreno.
El vigilante nocturno y el alguacil del barrio notaron sobre las doce de la noche que de los edificios salía humo en abundancia. Comunicáronlo a las autoridades locales, y fuerza de miqueletes acudió al sitio del suceso, que por fortuna se hallaba aislado de las casas de vecindad, para observarlo.
Dieron aviso de ello al encargado de los almacenes, y cuando éste, más tarde, se presentó e intentaron penetrar en el depósito del señor Dougier, el fuego imponente estalló, sin gran explosión porque los envases donde el petróleo se guardaba eran poco resistentes, pero produciendo intenso fogonazo y las llamas que en pocos momentos todo lo destruyeron.
Cuantos esfuerzos se hicieron para evitarlo resultaron inútiles.
Los edificios se componen de planta baja y un piso. En éste es donde las cajas se almacenaban. En aquella, donde el incendio se inició.
En el depósito del señor Deustch se quemaron entre otras cosas dos barricas de aceite de linaza sin que el fuego llegara a comunicarse a las 1.500 cajas de petróleo almacenadas.
Las pérdidas sufridas por el señor Dougier pasan de 10.000 pesetas. Pero el edificio estaba asegurado
El Juzgado de San Pedro ha comenzado a instruir las primeras diligencias.
El hecho, por las condiciones en que parece haberse producido, ha causado penosísima impresión entre aquel vecindario.
S.