Pasajes nº 10, 1936

Hace ya varios años que no aparece en esta revista ningún artí­culo referente a música, y creo que bien vale la pena unas simples lí­neas siquiera para tratar de fijar la sensación de Pasajes ante este arte y ante otros artes tan interesantes como él.

Es harto difí­cil adentrarse en la psicologí­a de un pueblo, máxime cuando el “psicólogo” es novato en la materia. Pero en fin, ya sabrán perdonar mis lectores todo lo que tenga de falta en este artí­culo y lo que encuentren de insulso en él.

Atravesamos momentos un poco difí­ciles para el arte, pues estamos completamente absorbidos por la polí­tica y no nos ocupamos de él. Y creo que merece la pena ocuparse.

Porque arte es cultura, y al decir cultura expresamos la mayor aspiración del hombre (fuera de egoí­smos materiales). Y en Pasajes se siente también el arte, aunque no se demuestre superficialmente.

De ese sentimiento, oculto pero sincero, que ha existido y existe siempre, nace la admiración por él. Uno admira una obra teatral, otro un cuadro pictórico, quién una pieza musical; y de esta admiración y simpatí­a por el arte, nace el cariño al artista, y la compenetración entre ambos: artista y admirador. De esta manera se llega al resurgimiento artí­stico de un pueblo, compenetrándose el artista con él y viceversa.

Hay muchos artistas que han llegado a conocer la psicologí­a de un pueblo, sin tener apenas noción de esta ciencia tan espiritual, solamente por las reacciones y sensaciones que experimentaban sus habitantes ante una obra expuesta, representada o ejecutada. Así­ tenemos que una compañí­a teatral, una orquesta o algún artista aislado, se han sabido captar las simpatí­as de un público, porque, conocedores de sus gustos, han intercalado en sus programas obras que sabí­an ellos a ciencia cierta eran de su agrado. Aun en públicos cosmopolitas han sabido fácilmente ambientarse, gracias a los conocimientos que antes he dicho.

El artista, y entiéndase por tal el cultivador de un arte, trata siempre de impresionar al público gratamente, y busca siempre otras que tengan mayor valí­a artí­stica para los entendidos, y colorido, y fácil comprensión para los profanos, siendo ésta una manera muy concisa de atraerse a ambos.

Desgraciadamente para “nosotros”, en Pasajes no ha habido ocasí­ón de juzgar valí­as artí­sticas. ¿Será apatí­a del pueblo por estas cosa?

A buen seguro que no. Hubo sociedades recreativas en Pasajes que celebraban sus buenos festivales artí­stico-teatrales, que aunque se anunciaban en beneficio de sus socios, podí­an acudir cuantos quisieran. Y entonces, a parte de lo que en sí­ tiene de cultural el teatro y lo educativo que es, se lograba hermanar a todos los pasaitarras y forasteros, libres de prejuicios polí­tico-sociales, cosa que hoy es casi imposible. Claro está, que entonces Pasajes era un pueblo joven, todaví­a en formación, pero hoy, empeñándonos y desechando inconveniencias, podrí­a llegarse, no ya a aquello, pero sí­ a algo muy parecido, que al fin, redundarí­a en perjuicio de esta tirantez hoy existente que nos imposibilita la convivencia, motivada, como dije al principio, por la pasión polí­tica que nos agobia.

Ya hay en Pasajes sociedades que cultivan el teatro, dando agradables veladas, pero que por matiz polí­tico, retraen público al espectáculo.

Sin embargo, hay todaví­a dos agrupaciones, musicales las dos, que bien podí­an interesarnos: la Schola Cantorum y la Sociedad Musical Pasaitarra.

No vamos a exponer su valí­a artí­stica, pero ahí­ están sus sacrificios compensados. No detallaré el í­mprobo trabajo del Director de la primera, D. Gelasio Aramburu, para hacer resurgir un arte, una escuela y un pueblo; no quiero herir modestias, pero ahí­ está la Schola, digna de su maestro. Ayuda moral del pueblo es lo que necesita, para que no decaiga el ánimo de sus componentes.

No se ocultan a nadie las penalidades y dificultades porque ha pasado la Sociedad Musí­cal Pasaitarra para llegar a lo que hoy es, que si bien todaví­a le falta el perfeccionamiento de conjunto, debido a los músicos jóvenes, muy músicos pero poco expertos, no deja de ser árdua su labor pasada hasta hoy, en que cuenta con un número de ejecutantes superior a cuarenta. Es digna de elogio la labor de su Director, y al mismo tiempo profesor de la Academia Municipal de Música de Pasajes, D. Félix Beteta, cuya labor está bien a la vista, con darse cuenta de los muchos músicos recién «confeccionados» por él en dicha academia.

Bien merece atención la música. Arte que pudiéramos llamar “directamente internacional”, idioma de todos los pueblos y de todas las razas, ayuda eficaz y elemento principal del folklore de un paí­s. Arte hermoso el de la pintura, el teatral, la literatura, pero nunca tan grande como la música. ¿Quién no se melancoliza ante una obra de Chopí­n, profanos-y entendidos; o se entusiasma ante el í­mpetu de grandeza de Wagner; o ante tantas y tan felices creaciones de otros tantos grandes músicos extranjeros y nacionales?

Favorezcamos a los artistas, virtuosos o no, y más cuando con ello realzamos nuestro pueblo; y serí­a muy interesante que al amparo del arte, pudiéramos fraternizar y convivir los pasaitarras, que serí­a el mayor triunfo de él, olvidando prejuicios e inconveniencias que a odiar nos conducen.

Orpheus