Los Tres Pasajes, nº 8, 1950
Este año no se encuentra entre nosotros, acompañándonos en las tradicionales fiestas del Santo Patrón nuestro querido amigo y convecino Antonio Navas. A lo que se ve, deberes particulares le han retenido en Madrid, donde accidentalmente reside.
Pero Navas, buen donostiarra de nacimiento, no podía olvidarse en fecha tan señalada de este su añorado «txoko» pasaitarra. En él posee vínculos familiares y afectos personales que le ligan fuertemente a la realidad viva de nuestro caminar.
Periodista diligente y depurado, el compañero Antonio Navas deja siempre en las páginas de Los Tres Pasajes huellas asaz marcadas de su genio indiscutible. En este mismo número topará el lector con un trabajo suyo, con el que, por cierto, parece querer imprimir nuevos rumbos a su quehacer profesional, ya que atina a prescindir de la gravedad habitual en su estilo y a dar rienda suelta a un leve humorismo -no exento de cierto empaque formal-, que surge de tema tan propicio como es el de las apariciones fantasmales. Navas se sitúa, en la proyección del mencionado trabajo, como si estuviera propiamente en Pasajes, siendo lo exacto que se encuentra, cual se ha indicado, envuelto entre el fárrago arrollador de la capital de España.
Y es que el compañero Navas, aunque lejos de nosotros en razón de la ley geográfica, se halla siempre a nuestro lado por imperio de su espíritu.
Hoy, cuando todo es alegría y expansión en las dimensiones pasaitarras, la revista Los Tres Pasajes siente la grata necesidad de transmitir un saludo cordial y cariñoso al amigo ausente. Y lo hace así en cumplimiento de un deber de cortesía, pero más principalmente a impulsos del afecto admirativo a que siempre se hace acreedora la rectitud y noble caballerosidad de Antonio Navas.