San Fermin Jaiak, 2002

Ofrecemos estos datos históricos y laborales de lo que ha supuesto en Gipuzkoa, Navarra, y principalmente para Pasaia la saga de los Luzuriaga (Javier, Victorio y Francisco), con muchí­simo esfuerzo principalmente en nuestro pueblo. Estos datos han sido recogidos con gran entusiasmo e interés por Iñaki Eguizabal y Pepito Iturgaiz con las facilidades encontradas para ello desde la familia de tan insigne apellido como lo es Luzuriaga.
Ahora que Antxo tiene un nuevo futuro, que presentan unos amplios solares, casi despejados de viejas ruinas industriales, nos obliga a recordar con todo merecimiento lo que en estos solares hubo durante varias decenas de años, al principio una incipiente y pequeña empresa y con los años una gran industria guipuzcoana, Victorio Luzuriaga.

NACIMIENTO DE LA EMPRESA
Javier Luzuriaga Arpide, su fundador, nació en Oiartzun a mediados del siglo XIX, de familia humilde.
Sin mas estudios que los elementales de aquella época ingresó a trabajar como aprendiz en la Fábrica de Goicoechea de Lasarte, donde, siendo muy joven todaví­a, llegó a ser una buen ajustador-montador, siendo él quien se desplazaba a efectuar los montajes de la maquinaria que se construí­a en dicha fábrica.
Se casó a los 17 años y llegó a ser alcalde de Lasarte.

Mas tarde, con otro socios, se estableció con un Taller en el Muelle de San Sebastián, entre cuyos vecinos gozaba de gran prestigio y respeto, siendo varias veces elegido concejal por aquel distrito.
Posteriormente decidió expansionarse más y esta vez sólo, ya que su socio no compartí­a estas aspiraciones de mejora y, en buena armoní­a, se separó de aquel y montó unos talleres de fundición en la calle 31 de Agosto. Resulta incomprensible en nuestros dí­as la ubicación en pleno casco urbano y con la tecnologí­a de aquella época de una empresa que tendrí­a que producir cantidades de humo, polvo, ruido y calor.

Por aquellas fechas, finales del siglo XIX, cayó el gordo de Navidad en San Sebastián y Luzuriaga fue agraciado con unos cuantos miles de duros, que dado el valor adquisitivo de la moneda de entonces, debió de suponer como varios millones de pesetas de los de hace pocos meses o también, por qué no, muchos miles de euros de los de ahora. Entonces adquirió por compra el edificio y terrenos de una antigua fábrica de azúcar cerrada y que ocupaba un lugar vecino del actual Colegio de los jesuitas en Ategorrieta, parte de la Avda. de Navarra y de las casas de Andonaegui y Mendizábal.

Se trasladó allí­ en el año 1898, ampliando sus anteriores talleres mecánicos y de fundición.
Ante el temor –años después confirmado– de que estos terrenos se vieran afectados por los futuros ensanches de San Sebastián, adquirió en Tolosa unas fundiciones a las que diariamente se trasladaba en uno de los primeros coches que circularon por San Sebastián, quedando al cuidado de Ategorrieta su hijo Victorio, que a la sazón era ya un buen colaborador suyo.

FUNDICIONES MOLINAO
A mediados de 1918 los propietarios de Fundiciones de Molinao en Pasai Antxo (Banca Brunet y Duque de Mandas), ofrecieron a Luzuriaga dichas fundiciones que, a pesar de ser una de las mas importantes de la época, llevaba una vida lánguida.
Al decirles Luzuriaga que el asunto era muy importante y que él no disponí­a de suficientes fondos para adquirir dicha fundición, le contestaron en el sentido de que eso no serí­a obstáculo dado el crédito de que gozaba y que a ella le era suficiente. Se realizó la operación y los vendedores hicieron honor a su palabra esperando veinte largos años para su total liquidación.
Como dato anecdótico hacemos constar que Javier Luzuriaga realizó por cuenta de la Fábrica Goicoechea de Lasarte, su primer empleo, el montaje de diversas máquinas en Fundiciones Molinao, bien ajeno por entonces de que andando el tiempo llegarí­a a ser propietario de la misma.
Se trasladaron los elementos de Ategorrieta y Tolosa a Pasaia y se desprendió de dichos factorí­as. Los nuevos Talleres daban ocupación a una plantilla de 180 obreros. En 1924, con su hijo y colaborador D. Victorio Luzuriaga Iradi, constituye la Sociedad Regular Colectiva “Javier Luzuriaga e Hijo”.

En 1928, al fallecer D. Javier Luzuriaga, sucede a la sociedad D. Victorio Luzuriaga Iradi, quien da nombre a la empresa hasta 1937, en que se constituye la sociedad “Victorio Luzuriaga S.L.” en unión de sus hijos D. Francisco y Dª Carmen, el primero de los cuales, ya incorporado a la firma en Enero de 1928, es presidente de la sociedad que desde 1952 se transforma en Victorio Luzuriaga S.A.

ASTILLEROS EN SAN PEDRO
D. Victorio decidió dar un nuevo impulso a sus negocios; en 1929 estableció sus talleres de construcción y reparación de buques en Pasai San Pedro, que sufre sucesivas ampliaciones con la incorporación de los Talleres Mamelena (1930) arriendo de los Astilleros del Rey (1931) y la compra de la Constructora Guipuzcoana (1937), pero el hecho mas importante de la actividad naval de la empresa fue sin duda la adquisición del Dique Flotante Luzuriaga (1933), que hubo de ser remolcado desde Cádiz con grandes dificultades, pues costó dar con la Compañí­a que se aventurase a realizar este servicio.
Dicho dique dió gran auge a los Talleres de Pasai San Pedro, ya que toda la flota de pesca –entonces muy numerosa–, desde Bayona a Bilbao, dependí­a para el carenado de sus fondos y sus reparaciones de esta instalación.

Recién terminada la guerra civil se presentó en nuestro paí­s un grave problema: la carencia de gasolina, que prácticamente no se distribuí­a, y esto hizo apreciar la posibilidad de desarrollar una nueva actividad: la fabricación de gasógenos para coches y camiones, llegando a producir muchos miles de ellos. Gestionaron la licencia para fabricarlos en España en una empresa de Bayona, precisamente el mismo dí­a en que Franco y Hitler celebraron su famosa entrevista en Hendaya.

El segundo grave problema era la penuria del carbón de cok, que en nuestro paí­s era enorme, y como esta materia prima es vital en las fundiciones, por un lado para fundir el hierro y por otro para obtener ese hierro base reducido de minerales en los altos hornos, la marcha de la fundición, así­ como de las restantes españolas, no podí­a ser mas lánguida. Ello les hizo adoptar a los responsables de la fabrica una de las decisiones mas importante de todo el historia de la empresa, aunque muchí­simo mas arriesgada que ninguna.

El único paí­s del que se podí­a importar esa materia prima era Inglaterra, pero habí­a que jugarse el tipo. La mercancí­a serí­a transportada en barcos ingleses hasta Huelva, allí­ transbordada a barcos españoles que la harí­an llegar a Pasaia. Por supuesto ninguna compañí­a querí­a correr el riesgo del seguro, dado que las cifras de hundimientos de barcos ingleses por submarinos alemanes parecí­a escalofriante.
A pesar de ello, confiando en su intuición y en que quizás la cifra de hundimientos no fuese tan alta, se arriesgaron y con una suerte enorme trajeron no un barco, sino varios que llegaron sanos y salvos a destino.
Esta acertada decisión situó a su empresa en una posición privilegiada y constituyó en verdadero despegue económico de la misma.

En octubre de 1943, para un mejor desarrollo de sus astilleros, se consideró la conveniencia de crear una Sociedad Anónima independiente con la admisión de nuevos socios en participación mayoritaria, creándose Astilleros Luzuriaga, S.A. de la que D. Victorio fue su primer presidente.
Por aquella época se incorporó a las tareas de la dirección de la Empresa Jose Urresti Andonegui.
Para completar el ciclo de las actividades necesitaron extenderse al campo del acero moldeado y de la laminación y se fijaron en una empresa, José de Orueta S.A., con amplias posibilidades, pero que, debido a las fuertes restricciones eléctricas de aquella época, trabajaba a ritmo reducido, y en la primavera de 1945 se enfrentaron con este problema.

La resolución, debido a la crisis de la energí­a eléctrica y a la opinión, en aquellos tiempos muy generalizada y que no era compartida, que perdida la guerra por los alemanes la situación polí­tica y económica de España serí­a insostenible, pudo llevarse a cabo con toda rapidez.
Pero José de Orueta S.A., con las restricciones de energí­a, producí­a muy poco, y rápidamente tomaron la decisión de adquirir una central térmica de gran capacidad instalada en Hernani y fuera de servicio, y en cosa de breves dí­as pusieron la nueva factorí­a a pleno rendimiento.
Tanto para una como para otra adquisición encontraron toda clase de facilidades en los bancos, que sin su ayuda su expansión hubiera tenido que ser mucho mas modesta.

Luego llegarí­an los tiempos de la fabricación de los primeros vehí­culos a motor en España.
Intuyendo el futuro de esta especialidad, desde el primer momento se lanzaron a prepararse a fondo, reemplazando y especializando sus medios de producción.
No fue tarea fácil. Por un lado la penuria de divisas hací­a dificilí­simo la importación de la maquinaria necesaria que, naturalmente, no existí­a en España, y, tras í­mprobos esfuerzos, pusieron montar en Pasai Antxo una nueva fundición especializada para aquellos suministros y con la capacidad de producción que aquellos tiempos exigí­an. Pero fue mas penoso el adquirir la nueva técnica que cumpliese los requisitos de calidad que, como es natural, exigí­an sus nuevos clientes. Nunca agradecerán bastante el interés y el esfuerzo de su personal y de los mandos por vencer las innumerables dificultades de todo tipo que se iban presentado hasta alcanzar una calidad de la que estuvieron muy orgullosos, pues su fundición no sólo se colocó en vehí­culos españoles, sino en algunos de los principales fabricantes europeos.

No era de extrañar que insistentemente les invitaran de Venezuela y de México para montar allí­ plantas de fundición, ofreciéndoles toda clase de facilidades y ventajas, lamentando que la profusión de marcas, y por lo tanto de series pequeñas, hicieran poco aconsejable el instalarles en dichos paí­ses.

FALLECIMIENTO DE VICTORIO LUZURIAGA
En 1960, al fallecimiento de Victorio Luzuriaga, decidieron, de acuerdo con lo que los nuevos tiempos aconsejaban, ampliar la base de la sociedad, entonces 100% familiar, y sin perder totalmente este carácter, admitiendo nuevos accionistas, y fue su deseo ofrecer una parte de ellos al personal, no pensando que las pocas acciones que cada interesado podrí­a adquirir le iba a solucionar nada de tipo económico sino que agrupándose –estableciendo la obligación de la sindicación– pudieran tener derecho a ocupar varios puestos en el Consejo de Administración, como así­ lo hicieron, desde donde participaban en la toma de decisiones, además de conocer con todo detalle las interioridades de la Sociedad. Se elegí­an entre los que componí­an el Jurado de Empresa, los propuestos por ellos mismos y duraba lo que su mandato en el jurado. De todos los que fueron pasando por el Consejo guardan un gratí­simo recuerdo por su prudencia en las decisiones y sobre todo la reserva absoluta que mantuvieron siempre de toda la información confidencial que recibieron.

OTRO PASO MAS
Llegados los finales de los años 60, con el enorme incremento de consumo de hierros y acero en España, más la posibilidad cada vez mayor de exportación, decidieron dar otro salto, otra expansión, y esta vez considerable.

Acogiéndose a los beneficios que la Diputación Foral de Navarra concedí­a a las industrias que se estableciesen en su territorio previa inclusión en la Programación de Promoción Industrial de Navarra, decidieron crear una nueva fundición en Tafalla, obteniéndose la primera colada en los dí­as iniciales de 1969
En 1974 proyectaron una ampliación de esta fábrica, que duplicarí­a su capacidad de producción.
Simultáneamente, y sin ayuda especial alguna, iniciaron la modernización de la fundición de Pasaia, que estuvo a punto a mediados de 1978.

4000 TRABAJADORES
En aquellos años Luzuriaga contaba en Pasaia con un taller mecánico perfectamente dotado, en Usurbil caldererí­a y acero moldeado y en Huesca el de engranajes y maquinaria para obras .
Una vez terminadas las obras de ampliación, alcanzaron una plantilla cercana a los 4.000 obreros. Los últimos datos referentes de la empresa los hemos podido obtener hasta 1978, momento en que los interlocutores se mostraban satisfechos.

Todos sabemos lo que llegó después, unos años de reconversión, de declive industrial en todo el Estado, lo que llevó a la desaparición, allá por los primeros años de 1990, de la fábrica de Pasaia.

Pepito Iturgaiz