Sucesos

Siniestro marí­timo

El Fuerista, 1897-02-02

A la una próximamente de la tarde de ayer se tuvo noticia en esta ciudad de que un buque estaba ardiendo en el próximo puerto de Pasages y se decí­a que el buque incendiado era el bergantí­n-goleta San Ignacio de Loyola de la casa L. Mercader y Viuda de Londaiz, que hace pocos dí­as llegó de los Estados Unidos con petróleo para la refinerí­a de Pasages.

A Pasages

Cumpliendo los deberes de nuestra profesión nos dirigimos al vecino puerto, y con nosotros crecido número de personas de San Sebastián, por lo que la compañí­a del tranví­a tuvo necesidad de aumentar el servicio. Cuando llegamos al puerto estaban los muelles cubiertos de otros que se nos habí­an adelantado, que presenciaban el estado en que se encontraba el buque incendiado, según se decí­a.
Estaban también el gobernador civil, que fue de los primeros y otras autoridades.

El siniestro

No fue incendio lo que produjo el siniestro sino una explosión, que a decir verdad no se sabe como se produjo; pero sea cual quiera la causa, es el caso que a las 12 y media ó cosa así­, se sintió en Ancho y los Pasages una fuerte trepidación, rompiéndose infinidad de cristales, se vinieron abajo puertas y tabiques y llenó de consternación, en el momento, a los vecinos.
Acudieron a los muelles y se encontraron que la explosión habí­a sido en el «San Ignacio» que se encontraba anclado próximo al único muelle habilitado para descargar petróleo, cerca de los trasatlánticos.

La explosión fue en el tanque central, levantó toda la cubierta excepto la toldí­lla y el castillo, dejándola levantada y adosada al palo trinquete.
En el momento de ocurrir, hallábanse en la cámara del capitán 11 personas todas de su familia, y al igual que éstos, comiendo en la proa, la tripulación.
Pronto se dieron cuenta de la gravedad de la situación, por lo que se trató de poner en salvo a las personas, consiguiendo el piloto, hermano del capitán, que embarcasen en el bote conduciéndoles á tierra.

Acudieron presurosos a prestar sus auxilios los miqueletes del puesto de Ancho, encontrándose con un cuadro desgarrador, pues si los que estaban a proa y a popa se salvaron, no sucediese así­ con una infeliz mujer, esposa del cocinero, una niña hija de estos y un agregado que estaban sobre cubierta y son las ví­ctimas que hay que lamentar.
Todos ellos fueron recogidos sin perder momento y conducidos al café del Tranví­a donde fueron auxiliados por los hermanos don Ignacio y don José Marí­a Casares.

Los auxilios de la ciencia resultaron inútiles para la mujer, que falleció a los pocos momentos a causa de la gravedad de las heridas que sufrió en la cabeza, apareciendo con el cráneo destrozado. Se llamaba la infeliz Concepción Ondaraiz Arrotategui y era natural de Ibarranguelua (Vizcaya). El cadáver fue conducido á Pasajes de San Pedro donde hoy se le hará la autopsia.
Herido grave resultó un agregado llamado Aureliano Arroitia, de 18 años, natural de Arteaga (Vizcaya.)

Este presentaba una fractura en el tercio medio del fémur derecho, otra fractura en el tercio superior del húmero derecho y otra del hueso frontal en la región suborbitaria y además una herida en la región occipital y varias otras en las manos. Su estado era grave.
La otra herida, hija de la difunta, se llama Timotea Cerin, de cuatro años, y presentaba una herida en el labio inferior y varias quemaduras en la cara.
Esta, después de curada, fue conducida al hospital de San Antonio en el coche del señor Mercader, llevándola en brazos su propio padre, a quien acompañaron el señor Lizasoain, el Sr. Ibarra y no sabemos si algún otro.
El otro herido, por su estado, no pudo ser conducido en coche y lo fue en camilla, después de prestar declaración al comandante de Marina.
Le acompañó D. Ignacio Casare.

Barco a pique

Efecto de la explosión quedaron libres los taladros del costado de estribor siendo despedidos los remaches, quedando rotos los mastelerillos de los tres palos, trinquete, mayor y mesana.
El buque quedó con alguna inclinación que por momentos veí­a acentuarse, y como se temiese que al acostarse el buque y hacer agua hubiese otra explosión se mandó retirar a la gente.

Veí­ase acostarse el buque sobre babor, y a las dos y media se hundió la proa, creyéndose por algunos momentos que el trinquete le servirí­a de puntal, más no fue así­, sino que a los pocos momentos se hundió también la popa, quedando solamente al descubierto un tercio del palo mesana; y entonces salieron algunos botes con objeto de recoger algunos efectos de loza que se veí­an esparcidos por el agua.

Detalles

La explosión, como hemos dicho, fue en el tanque central.
El buque habí­a traí­do en su último viaje, que era el décimo que hací­a, 870 toneladas de petróleo, cuya descarga se terminó el sábado.
Se cerraron los tanques, y ayer estaba el buque cargando agua para lastre, al objeto de darse a la vela el jueves.
Como al entrar el agua aumentaba la presión de los gases, se cree que ésto, o algún escape, motivarí­a la explosión cuyas consecuencias no es posible calcular de haber ocurrido antes de hacer la descarga.

La tripulación del buque era como sigue:
Capitán, don Jose Manuel Gamecho.
Piloto, Jacinto Mirazo Achurraga
Cocinero, Juan Bautista Cenegomendia.
Mozo, Jose Ramón Uriarte.
Agregado, Juan Bautista Madariaga.
Pilotos agregados, Servando Saenz, Aureliano Arroitia y Juan Orbegozo.
Marinos, Segundo Garcí­a, José Garcí­a, Ramón Garcí­a, Pascual Expósito.
Mozos, Eugenio Mancisidor y Ramón Goitia.
De los agregados sólo se hallaba a bordo el desgraciado Arroitia.

Con el capitán se encontraban al ocurrir el siniestro su señora, su madre, cuatro o cinco hijos, el piloto, su cuñado, hasta diez, todos individuos de la familia, y esperaban al infeliz Arroitia para empezar a comer.

La difunta se hallaba sobre cubierta haciendo calceta y jugando a un lado la niña. El Encargado de la caldereta que se usaba en la descarga también sufrió algunas quemaduras en una manda, pero no graves.

En algunas casas de Ancho no quedó un cristal sano y en Amarracheta cayó un tabique que estuvo expuesto a que también produjese desgracias; otro tabique cayó en la fonda de Michelena, el lucero en casa de Beldarrain, en el almacén de Boyer, sintiéndose también los efectos en el de G. Olaondo y Compañí­a y en otros varios edificios.

De esta ciudad salió una sección de bomberos con el material necesario, pero no fueron necesarios sus servicios. Al marchar cerca de Ategorrieta cayó el bombero número 12, llamado Manterola, del carro en que iban y se creyó que hubiera sufrido lesiones de consideración, lo que afortunadamente no sucedió.

Cuantos pudieron prestar auxilio lo hicieron de una manera digna de encomio, distinguiéndose los miqueletes y el cabo del puesto de Ancho y un cabo de mar que sentimos no recordar cómo se llama.

El San Ignacio de Loyola fue construido en Stockon on Tees (Inglaterra) según las reglas y requisiciones de Lloids, era de acero A 1000 clase.
Tenia, de largo según el registro, 173 pies y la quilla 166, manga extrema 31 pulgadas; puntal 15 pies y 10 pulgadas y media y puntal de bodega 15 pies y media pulgada.
Tenia tres palos y estaba enjarciado como bergantí­n, y llevaba para su servicio caldera de alimentación, cámara de bombas, dí­namo para el alumbrado por la electricidad y cocina que se hallaba situada al extremo delantero de popa.
Destinados a la conducción de aceites, tenia en la bodega tres tanques con espacios de seguridad.

Los camarotes del capitán y primero y segundo pilotos eran de caoba. El salón y cámara del primero estaban guarnecidos de terciopelo carmesí­ y las cámaras de oficiales de lienzo de cuero americano.
Formaba el mascaron de proa la efigie del santo guipuzcoano que daba nombre a la embarcación, de medio cuerpo, con traje de guerrero, con el anagrama del Dulce Nombre de Jesús en el pecho.

Era capitán desde su construcción D. Manuel Gomecho, de Cortezubi, Vizcaya, y llevaba además la tripulación que decimos en otra parte.
Salió de, Pasages para Filadelfia a hacer el primer viaje el 7 de Septiembre de 1893 y estaba asegurado por 250.000 francos por el agente jurado de seguros, de Parí­s, Enri Hunzeker.
De todas veras lamentamos el siniestro, rogando a Dios que tenga misericordia de la difunta y deseando que los heridos encuentren pronta y completa curación de sus lesiones.