Los Tres Pasajes, nº 14, 1956
Fue un acto simpático, por lo que implicaba de respetuosa y a la vez cariñosa y admirativa adhesión de sus convecinos y consocios, el homenaje celebrado en los locales de «Galeperra» el 5 del pasado Noviembre en honor de D. Ignacio Tolosa Macazaga. Este acto coincidió con la fiesta patronal de los cazadores, San Huberto.
El señor Tolosa, que ha entrado ya en el octavo decenio de su vida, tiene una limpia ejecutoria de hombre trabajador y de competencia y seriedad notables. Ahí están, para atestiguarlo, los años que estuvo de encargado al servicio de firmas tan prestigiosas dentro de su especialidad constructora como Victorio Luzuriaga y «Mendia y Múrua».
Gran cazador, de esos que donde ponían el ojo ponían la bala, la avanzada edad no le impide todavía –ni por la vista ni por el pulso– dedicarse con entusiasmo y frecuencia a la práctica de su deporte favorito.
Su excelente carácter, el buen humor de que siempre hizo gala y su ingenio despierto y ocurrente, así como su condición desinteresada, verdaderamente espléndida en ocasiones, hacen de él el elemento ideal para cualquier peña o reunión de amigos.
Con sus 80 años a la espalda, se mantiene erguido, fuerte y bienhumorado siempre el señor Tolosa, con la pupila y capacidad suficientes para dar mucha guerra todavía en cualquiera partida de Mus o Tute, incluso frente a los que más presuman de campeones de tales populares juegos…
En el homenaje que le dedicó un numeroso grupo de admiradores y que motiva las presentes líneas le fue entregado un álbum conteniendo las firmas de los homenajeadores.
Al efectuar la entrega, el secretario de Galeperra y concejal de nuestro Ayuntamiento, Don José Chivite, leyó unas oportunas cuartillas cuyo contenido extractamos y comenzaban de este modo:
«La Sociedad Galeperra, siempre atenta a los fines para que fue creada -el principal de los cuales es mantener viva y palpitante en sus afiliados la afición por la caza- ha querido aprovechar la festividad de su Santo Patrón, San Huberto, para dedicar un sincero y sentido homenaje a su socio cazador más antiguo. Varios directivos y socios me han comprometido a que, como secretario, emborrone unas cuartillas dedicadas a este simpático acto; encargo que cumplo, si no con la brillantez que yo deseara, sí, por lo menos, con mucho gusto y con el mejor de los deseos.
El cazador que se precie de tal, especialmente en estas zonas de caza escasa, ha de tener una voluntad fuerte y tenaz, ya que al poner en juego sus artes para cobrar piezas ha de hacer, también, derroche de paciencia y resignación…
Tal el caso de nuestro homenajeado, quien, en circunstancias como las apuntadas, hubo de sacrificarlo todo en holocausto de su afición, soportar inclemencias e, incluso, correr indudables riesgos…
El amigo Tolosha se vio no pocas veces sin boina –porque la había perdido– deshechas, más que rotas, las alpargatas, de tanto andar, y la ropa, estropeada; y todo, para no caer en manos de los agentes de la Autoridad encargados de reprimir, por aquel entonces, la afición, desmedida y un tanto desordenada, de este intrépido cazador, el cual, para presentarse dignamente a la vista de aquellos agentes hubo de comprar a un cashero que por aquellos lugares trabajaba, pagando por ello las buenas pesetas que le quisieron pedir, otra boina y otras alpargatas. ¡Y ya estaba nuestro hombre, otra vez, como nuevo, sin que nadie, por el aspecto exterior al menos, pudiera decir de él que hubiese roto un plato!
En otras ocasiones, le fue preciso saltar por un terraplén, con riesgo de romperse un hueso cualquiera. Y todo ello, para escabullir la presencia de la misma Autoridad encargada de mantener a raya a estos esforzados cazadores que como nuestro veterano Ignacio, llevados de su incontenible afición, ni ven peligros ni les acobardan barreras, con tal de dar rienda suelta al gatillo de su escopeta…
Estas situaciones, que en otros momentos de la vida pueden parecer anormales, se convierten, tratándose de cazadores, en verdaderas odiseas, que luego narran y refieren a sus amigos, con todo lujo de detalles, al calor de la «cashuelita», en la Sociedad, y rociada la narración con unos traguitos de vino…»
El señor Chivite fue muy aplaudido por la feliz dedicación del homenaje; y el homenajeado, hombre parco en ceremonias cuando éstas se refieren a él mismo, dio las gracias brevemente, siendo objeto, igualmente, de una cálida y unánime ovación.
Como queda consignado al principio, el acto resultó sumamente simpático.