Los Tres Pasajes, nº 1, 1943

Santos Uranga, el popularí­simo «Santus», ha muerto. El 22 de mayo cerró su ojos para siempre. Viejo ya, habí­a cumplido 77 años; jubilado y enfermo desde hací­a bastante tiempo, apenas era últimamente una sombra. Puede decirse que su vida eran sus recuerdos, vaga y ya casi imperceptible estela de los lejanos años de lozana popularidad.

El 16 de mayo de 1891 –ha hecho ya medio siglo– fue nombrado tamborilero de Ancho. Por entonces fueron proclamados los primeros concejales que representaron al distrito: don Francisco Tizón y don Melquiades Zala, siendo alcalde pedáneo don José Marí­a Belderrain.
Diez años tres y meses y una semana más tarde –justamente el 23 de agosto de 1901– fue nombrado también alguacil.
Dos dí­as después don Juan Bautista Iceta –alcalde a la sazón– le comunicaba que quedaba asimismo a cargo suyo la limpieza general de las calles.
Pero es el caso que como antes no existí­a el cargo de sereno, «Santus», el ya tambolintero, alguacil y barrendero, hubo de echar sobre sus espaldas una nueva y obligatoria función, la de dar cumplimiento al cierre de los establecimientos por la noche.

Al encargarse de la limpieza de las calles compró por 25 pesetas un estupendo borriquito a quien llamó Mutur-oker, que quiere decir «Morro torcido».
Tras el animal hubo de adquirir un carrito y el atalaje para el cuadrúpedo.
Mas ocurrí­a que este atalaje adquirido en ocasión a Lafourcade estaba hecho a la medida de un caballo, y claro, por más refuerzos y trapos que «Santus» dio en añadirle, resultaba que el collarón era desproporcionado al borriquito.
El vecindario se dio inmediatamente cuenta del detalle y tomó a broma al bruto y a su propietario. Cuando por las mañanas aparecí­a el bueno de Uranga por las calles de Pasajes con su compañero de fatigas comenzábanle a gritar:

— ¡Cuidado «Santus», que se le va a escapar el burro por el collarón!

El vaticinio popular se cumplió, y así­ fue.
Una mañana entró como tení­a por costumbre en un establecimiento a «enjuagar» la boca con una copita de «matarratas», dejando al borrico en la calle.
Instantes después una vecina corrió a prevenirle a voz en grito:

— ¡Santus! ¡Santus! ¡Acaba de escapársete el burro atravesando el collarón!

No pocas veces habí­anle dicho lo mismo por broma. Pero aquella vez era cierto.
Cuando salió «Santus» halló en la calle la escoba, el collarón y el carro, y a varios vecinos que celebraban a mandí­bula batiente la ocurrencia del jumento.
El borriquito no volvió a aparecer.

Con Santos Uranga desaparece toda una época del simpático rincón pasaitarra, la última hoja de un viejo calendario.
Y todos los vecinos pierden a un buen amigo, amable y servicial.
Pasajes tardará muchos años en olvidar al pequeño y polifacético «Santus», modelo de funcionarios probos y trabajadores.
El finado era hermano de aquel inolvidable poeta y también buen amigo, Juan Ignacio Uranga, desaparecido hace unos años.

Tancredo