Crónica local

CARTA DE PABLO CÁMARA

El Guipuzcoano, 1890-07-07

AL CORRESPONSAL DE ANCHO, NUESTRO QUERIDÍSIMO BARRIO

Muy señor mí­o:
No tengo el honor de conocerle más que con el tí­tulo que usted ostenta de corresponsal de Ancho. Yo, antes de continuar, y por si usted ignora quien es P. C., voy a decirle que estas iniciales son las de Pablo Cámara, así­, con todas sus letras.
En la carta de usted del 2 del corriente, publicada en un diario de San Sebastián, indica usted que no trata de entablar polémica conmigo. Sin embargo, despréndese lo opuesto del sentido de dicha carta, y en su visita, yo, que no tengo inconveniente en discutir, voy a responder a las afirmaciones de usted.

Empieza usted diciendo que no reniega de la adhesión de Ancho a Pasajes, y que antes al contrario se felicita de ello, porque es preferible pertenecer a Hungrí­a que a Alza, según usted.
Contra ese insulto que dirige usted al pueblo de Alza, no me creo obligado a protestar, pues supongo que en dicho pueblo no faltará quien lo haga. Si usted ha creí­do que al juzgar de un modo tan inconveniente a dicha población, me halagaba, debo manifestarle que se ha equivocado, pues censuro la opinión de usted sobre Alza.
He tomado buena cantidad de tila, aceptando el tratamiento que usted me hubo de aconsejar; pero, no obstante, la indigestión que su carta me causó fue tal, que no he sentido alivio.
Respecto a su declaración de que no haya pretendido usted, ni pretenda ahogar mi voz, debo advertirle que lo celebro mucho, pues serí­a inhumano y de fatales consecuencias que abrigarí­a usted semejante aspiración.
No está usted acertado al creer que me incomodo porque nos llame ambiciosos; usted, más bien, es el que se incomoda. A nosotros se nos ha restituido lo que nos pertenecí­a, y al que recupera lo suyo no se le puede imputar ambición. Aunque le pese a usted, y con usted a los que participan de la creencia de que Ancho debí­a pertenecer a Renterí­a u Oyarzun (o Hungrí­a), corresponde y corresponderá a Pasajes, a no ser que usted resuelva otra cosa cuando figure usted en el Consejo de Estado. Mientras, ya sabe usted que no tiene necesidad de mantener más que a uno: a su legí­timo dueño.
¿Será usted, por ventura, el destinado a oficiar de único, perfecto y privilegiado administrador, y al propio tiempo juez, de los intereses de nuestro barrio de Ancho? Así­ lo creerí­a si conociese a usted, pero como no le conozco, dudo que tal pueda ocurrir, porque aun cuando viva usted en Ancho, resulta más extraño al mismo que yo y que todos los que habitamos en Pasajes.
Pero ¿si estaré yo equivocado, suponiendo que no es el barrio de Ancho el que por decisión del Consejo de Estado se anexionó a Pasajes, sino la independiente y gran ciudad de Ancho que los de Pasajes quieren administrar indebidamente? Dispénseme usted, señor corresponsal, si en efecto me he equivocado. Desde hoy reconozco a usted, por mi parte, como única autoridad de aquella ciudad. ¡Pues no faltarí­a otra cosa! Descúbrome respetuosamente con el respeto que a los muertos se debe, y escuchando los consejos de usted, retiro las lanchas destinadas a la conducción de cadáveres, para que no ocurra el caso de que los acompañen al cruzar la bahí­a ocho o diez mozos, gente alegre y aficionada al canto, en el que haya diversión.
¿Le parece a usted, hombre de Dios, que la gente alegre no sabe guardar el respeto debido a los actos que lo imponen, o cree usted que los que por esta bahí­a cruzan son cafres? Así­ como en las grandes ciudades, y en la de usted, por ejemplo, sino en barcas, en coches van muertos y vivos, tristes y alegres, guardándose lo que el decoro exije así­, repito, sucederí­a con los que hubiesen de ser transportados desde esa independiente ciudad de Ancho a esa Noble y Leal villa de Pasajes, aún utilizando barcas para el objeto.
Pero, justamente, por no querer ser contratista de lanchas para la conducción de cadáveres, lo decí­a en mi anterior, y hoy vuelvo a repetí­rselo, que desistí­amos de realizar la citada conducción, porque si bien ofrecí­a facilidades en el verano, tení­a grandes inconvenientes en el invierno.
No hay, pues, el más leve temor de que suceda lo que usted dice. Los muertos serán llevados en coche a la última morada, y asunto concluido. No quiero emplear mis barcas en la conducción de cadáveres; prefiero a los vivos, y entre éstos, a los alegres.
Dice usted si me parece bien que los padres encomienden a sus hijos a un barquero, para que éste los pase hasta la escuela, pudiendo ocurrir que vayan al agua el dí­a menos pensado.
A mi no me parece bien ni mal que en Ancho encomienden a un barquero los padres a sus hijos, con el fin de que éstos sean conducidos a la escuela; pero, puedo asegurar a usted que algunos padres no hallan inconveniente ni abrigan temor en que sus hijos aprovechen las lanchas para ir a la escuela, pues me consta que a la de Pasajes vienen así­ los niños, desde hace mucho tiempo, o sea, desde que Ancho depende de Alza. No creo, por consiguiente, que haya motivo para censurar a los padres que desde Ancho enví­en a sus hijos a la escuela de Pasajes. Que usted los censure o deje de censurarlos, es cosa que no me intranquiliza, ni intranquiliza a nadie.
Si a las altas horas de la noche se necesita la presencia del Juzgado, o del sacerdote, para que éste administre los Santos Sacramentos a un enfermo de Ancho, ¿cree usted que se estremecerí­a la tierra?. No muestre usted tanta aflicción ni apuros sin fundamento.
El Juzgado y el cura acudirí­an a cumplir con sus deberes, como han acudido hasta ahora, sin ir por tierra. No faltará quien disponga que en la mejor forma se presten todos los servicios necesarios, pues a tal fin están llamadas las autoridades, cuyas órdenes deben respetarse, salvo la opinión de usted.
Nosotros no estamos dispuestos a satisfacer las necesidades particulares de usted ni de nadie, porque no podemos hacerlo; pero sí­ atenderemos las que sean de carácter público, convirtiendo, como usted quiere, la Iglesia en sidrerí­a, pues para esto no me parece que sea preciso un poder semejante al que disfrutara el que poseyó el secreto de los prodigios que reuní­a la lámpara maravillosa.
Y acerca de otros edificios, como las escuelas, alhóndigas y demás, si puede usted indicarnos dónde se venden, se lo agradeceremos y procuraremos adquirirlos, pues de lo contrario los tendremos que hacer de cartón, o encargaremos a usted que los construya.
Si está usted cansado de promesas, no será por culpa de los de Pasajes, ni por la mí­a. Y si todas cuantas se hagan las acoge usted con desprecio o en broma, máxime cuando son de un D. Juan particular, con la misma actitud despreciativa que usted adopta, se las hago yo por mi parte, advirtiéndole que si bien no tengo autoridad, ni pretendo tenerla, soy vecino y contribuyente de la jurisdicción que he defendido, defiendo y defenderé, ofreciendo mi voto a las autoridades que han de administrarla. Por el contrario, estoy seguro de que ni usted es vecino, ni contribuyente, ni nada, mas que otro Juan particular, con derecho al pataleo.
Dice usted que se ha visto en el caso de censurar diariamente a la administración de Alza, por juzgarla detestable, y que fue usted uno de los primeros que firmaron el proyecto de la anexión de aquella a San Sebastián. Era usted muy dueño de censurar a la administración de Alza, así­ como de probar que está usted conforme con la anexión de la misma a San Sebastián o a otra parte (¿si será a Hungrí­a?), pero permí­tame que le diga que es usted muy inconsecuente, porque eso de que ayer firmara expresando su conformidad con la anexión a San Sebastián u otra parte y tragarse ahora la firma, pretendiendo la independencia, no es decente ni mucho menos.
¿Creerá usted quizá, que los de Pasajes van a ser los juguetes de unos cuantos ilusos que después de haber recuperado su legí­tima jurisdicción, tras un pleito tan largo como costoso, consientan una pretensión absurda? No, la sed de justicia y la de más buena administración, que tanto le hacen padecer a usted, no lo consiente, ni lo consentirán.
Respetando la resolución de usted, no irá este año la música de Pasajes a solemnizar la festividad de San Fermí­n, patrón de nuestro queridí­simo barrio; pero no me parece que tardarán mucho en oí­r sus acordes, y entonces, si usted lo permite, se le dará una serenata, en prueba de agradecimiento.
Concluyo esta carta, manifestándole que empiezan ya a temblar las columnas de bronce, temiendo al Sansón que tiene usted escondido, para derribarlas en un momento dado; pero ya procuraremos apuntalarlas, a fin de contrarrestar las fuerza hercúleas de que usted dispone, sin permitir que ese Sansón destruya lo que un centro tan respetable como el Consejo de Estado ha decidido.
Hasta cuando usted guste, se despide su atento y seguro servidor,

Pablo Cámara Amunárriz