Los Tres Pasajes, nº 18, 1960
Como todos los años, siento el deseo de escribir unas líneas, dedicadas a la revista LOS TRES PASAJES; pero, francamente, este año, no sé por dónde empezar ni qué decir aunque sea a modo de cuento.
¿Que hay mucho de qué hablar?
No lo dudo. Pero hallar un tema que sea del agrado de los simpatizantes de nuestra revista es muy difícil. Pongamos por ejemplo que os hablara de nuestro Pasajes Ancho y que os dijera: Pasajes es un pueblo de trabajadores reunidos en el que todos aportamos nuestro granito de arena, los más para embellecerlo en la estructura de sus calles y edificaciones; los otros, saliendo a la mar con sus redes de pesca, jugándose la vida diariamente para traernos una gran parte de lo que luego ha de ser nuestro sustento; los más, para la carga y descarga de materias primas o construir y coordinar piezas de máquinas y de motores que son la base de los grandes adelantos, y todos paras aumentar esa gran montaña que conocemos con el nombre de trabajo.
Pero me diríais: ¡Eso, ya lo sabemos todos! Muy bien –os diría yo–, pero hay otras cosas que todos las sabemos pero que sobre ellas nos hacemos los ignorantes y damos lugar con ello a que otros nos censuren dándonos a entender que estamos faltos de cultura, y esto ¡NO, AMIGOS MÍOS! Pasajes posee un grado de cultura tan amplio y elevado como cualquiera otro pueblo de España.
Lo que ocurre es que de hace años a esta parte, bien porque la población ha aumentado considerablemente a causa del número de forasteros llegado, bien porque una gran parte de estos no sepan, no quieran o no puedan amoldarse a las costumbres pasaitarras, o bien porque la juventud, en gran número, esté en parte envenenada por las novelas y películas con esas tramas y relatos que sólo existen (a juicio mío) en la imaginación del escritor o guionista, lo cierto es que nosotros nos hemos atrasado un tanto muy considerable en ciertos casos, atraso que nada dice en nuestro favor.
No queriendo meterme en muchas profundidades, voy a referirme a dos o tres pequeños «casos», que son los más corrientes, pero con el fin de que quede entre «nosotros solos», sin que transcienda a oídos ajenos porque ya sé que son «defectos» que pueden corregirse, si nos lo proponemos.
¡No faltaba más!
Una de las cosas que más he oído comentar y a veces he comprobado, es la entrada al cine; mejor dicho, la entrada al patio de butacas, como también las «charlas» que se suscitan durante la proyección de las películas.
Hay muchos jóvenes que, al entrar, hacen un ruido escandaloso con los pies, sin darse cuenta de que el público que concurre a dicho local lo hace con el deseo de enterarse de lo que va a ver y de lo que se dialoga en la cinta; lo cual no es posible, ni será mientras tales jóvenes no entren con más corrección,
Deben tener en cuenta que en la forma que lo hacen, parece que quieren demostrar, que no están acostumbrados a presenciar esta clase de espectáculos, ignorando que, por respeto a los demás, se debe guardar silencio durante la proyección. Esto en lo que se refiere a los jóvenes.
Pero, ¿qué diría ahora de esas personas ya mayorcitas que, como la cosa más natural, van anunciando a quienes tienen al lado las escenas que están pronto a desfilar por la pantalla, sin darse cuenta de que molestan a los espectadores que ocupan localidades próximas y quizá a todos en general, cuando comienzan las siseos solicitando silencio?
Para estas personas repetiría las mismas palabras que consigno para los jóvenes, pero haciéndoles ver que, en las películas, como en el teatro y en los demás espectáculos de esta misma clase, lo sorprendente y agradable son las escenas que no se esperan; y, por lo tanto, si una persona las anuncia, como si fuera un altavoz de baja potencia, es natural que lo que se ve pierda la gracia y el interés y que uno se sienta muy molesto Si lo que pretenden con eso es demostrar que han visto antes la película es preferible que digan de una vez, «Yo ya la he visto», para que todos la digan «¡Enhorabuena! ¡Enterados! ¡Ya puede marcharse!».
Dejemos estas cosas del cine y hablemos de algo que mucho se parece al gamberrismo.
Yo, a pesar de no cogerme de susto cosas como la que voy a mencionar, hay veces que me indigno y me sonrojo cuando veo esos grupitos de jovenzuelos que, queriendo ser hombres antes de tiempo, caminan con el cigarro en los labios y echando humo, mientras con sus canciones o conversación se sienten «mexicanos», hasta que alguna mocita o mocitas llegan a su altura y se atreven a producirse al respecto de ellas bastante incorrectamente de palabra y aun de obra…
¿Sabrán estos jóvenes lo que es decir un piropo con gracia? ¿Sabrán la que es el respeto y la moralidad? Sí, sí lo saben. Lo que ocurre es que se envenenan ellos solos. Se creen que así hacen más gracia a quien los escucha. ¡Cuán equivocados están!
Ya sé que muchos dirán que estas no son cosas para publicarlas en una revista local como es LOS TRES PASAJES. A los que tal piensan les digo que discrepo totalmente. Ahí van mis razones. LOS TRES PASAJES es una Revista local, en efecto. Y bien… Si es local es que es para los pasaitarras, sin excluir a los de Alza, tan de Pasajes como nosotros mismos. ¿A quién, pues, mejor que a nosotros mismos debernos exponer las cosas que nos parecen fea, para, si es posible, corregir sus defectos sin que tengan que intervenir ni autoridades ni personas extrañas?
Me diréis, también, que de mucho de esto son culpables los que vienen de fuera. Ya lo sé, pero esto no impide que nosotros demos buenos ejemplos y con ellos consigamos el derecho de censurarlos y ponerlos en ridículo si el caso se presentara, para que cada uno cargue con su propia culpa.
No es ni podría ser de mi agrado que alguno de mis lectores tomara este corto escrito como una censura dirigida a una o varias determinadas personas. No. Si me he tomado el atrevimiento de hacerlo es porque la voz de la calle me ha invitado a ello después de haber escuchado las críticas DEL PUEBLO, a las que todos y siempre estamos expuestos. Lo hago como si esto pudiera servir de alivio para que todos pongamos de nuestra parte cuanto sea posible para corregir estos pequeños «defectos» pues no cabe duda de que sería agradable para todos. Nadie se dé por aludido, y si alguno se sintiera molesto, yo, como buen pasaitarra, le pido mil perdones.
L. L.