Los Tres Pasajes, nº 10, 1952
En el pueblo de Pasajes, especialmente en Ancho, vive perenne el recuerdo de D. Antolín Muelas (q, e. p. d.), el maestro ejemplar, que a tantos jóvenes preparó con una instrucción primaria inmejorable, acompañada de una educación modelo.
Hizo de la enseñanza un verdadero sacerdocio. Su preocupación constante era que sus discípulos aprendieran bien las asignaturas, entendiéndolas, no limitándose a recitar las lecciones de memoria, «como papagayos», según acostumbraba a decir.
Era bastante severo, pero dentro de un sentido de justicia, especialmente con los traviesos y con los que hacían «piperra». Que faltase a clase sin justificación era algo que no podía tolerar de ninguna manera, principalmente por dos motivos: uno, porque al perder clases se deja de aprender, y otra, no menos importante, porque se habitúan a faltar al cumplimento de una obligación.
Las materias que en el aspecto docente constituían su predilección eran el Cálcalo («las cuentas», como solíamos decir) y la Ortografía. «Debe procurarse escribir siempre con buena letra, desde luego (él tenía una escritura inglesa, muy bonita); pero tened presente –nos decía– que, puestos a elegir, siempre es preferible la buena ortografía que la buena letra. Peor impresión produce un escrito con buena letra y mala ortografía que otro con mala letra, si tiene buena ortografía».
La generación preparada por D. Antolín en Pasajes Ancho ha solido distinguirse por su buena preparación escolar, y especialmente en las dos citadas disciplinas, que a veces contrastábamos orgullosamente con otros muchachos que estudiaban en otras escuelas o colegios. Muchos de sus alumnos ampliaron luego estudios y hoy son hombres de carrera u ocupan puestos relevantes en la industria, comercio, oficinas, etc.
En los problemas aritméticos que nos planteaba, nunca se conformaba con que le dijésemos el resultado final. Exigía el «razonamiento» completo del desarrollo del problema. Para quienes no sabían resolverlos bien, nunca faltaba una explicación clarísima, precisa, expresada en términos facilmente asequibles a nuestras jóvenes: inteligencias; pero si algunos continúaban sin comprender, repetía sus explicaciones, las ampliaba, ponía nuevos ejemplos, no dejando hasta que todos sin excepción hubieran visto clara la solución del problema.
Como muestra de su incansable e infatigable labor, de su paciencia y transigencia de espíritu, citaremos el caso excepcipnal de que, siendo como era, vallisoletano, y no teniendo del vascuence más que unas muy rudimentarias nociones, (estaba casado con una dama guipuzcoana), permitía a algunos «casheros» que estudiasen la Doctrina Cristiana en vascuence, y les tomaba la lección en dicho idioma.
Murió D. Antolin hace unos dos años en su pueblo natal, a la edad de 71. Desde hacía mucho tiempo estaba delicado del estómago y ya últimamente sus fuerzas iban paulatinamente decreciendo. «Puede decirse que murió por consumición» nos manifestó cierto día su hijo mayor, que reside en San Sebastián, en donde ocupa el cargo de Director General del Banco Guipuzcoano. El otro hijo varón de D. Antolín está en una capital andaluza, de interventor del Banco de España, y su hija, continuadora de la carrera de su padre, es maestra en Salvatierra.
Estoy seguro de que cuantos conocieron a D. Antolín, el tan querido maestro, habrán leido con interés los datos referentes a él que ignorasen, y habrán sentido vivamente la noticia de su muerte.
Descanse en paz D. Antolín, el maestro ejemplar.
E.U.