Los Tres Pasajes, nº 8, 1950

Parece, a primera vista, carente de lógica el que en todos los pueblos de España, y en las festividades más señaladas y ruidosas de los mismos, se vean unidas la religiosidad y la paganí­a, dándose una mano a Dios y otra al Diablo. No obstante, si pensamos en nuestra inmutable condición humana, esto no tiene nada de extraño; ha de ser, forzosamente así­, por la misma razón que pasamos con pasmosa facilidad de la risa al llanto, del dolor al placer. La misma naturaleza, madre sabia, nos da de ello buen ejemplo, toda vez que tras el invierno nos la primavera…
Por ello, no ha de extrañar a nadie que Pasajes, patria de marinos heroicos y de grandes hombres, aferrado a sus tradiciones, viviendo, en sí­ mismo, apartado y pese a sus inequí­vocas ansias de superación, añorando tiempos pasados de histórico esplendor, celebre las Fiestas de su excelso Patrón, San Fermí­n, con todo el revuelo de sus campanas en la parte religiosa y todo el ruido posible en la profana.

¡Cuántos gratos recuerdos tienen para nosotros, los pasaitarras, las fiestas de Nuestro Santo Patrón¡ Desfilan por .nuestra mente los años pasados, cada uno con su recuerdo particular… ¡El año tal!…. !El año cual!… !Aquellas copitas de más!… !Aquel noviazgo!
Lo mismo viejos que jóvenes sentimos todos, al acercarse estos dí­as, un algo especial que nos hace desear su llegada con impaciencia, para vivirlos, de nuevo, intensamente, para pasarlos mejor que nunca, y cada fiesta de San Fermí­n nos trae como presente un misterio y una renovada emoción…

En estos dí­as, la mocita casadera, que en años anteriores no ha podido flechar de un modo definitivo a su dulce enemigo, espera poderlo conseguir, sin duda alguna, por obra y gracia de unas galas maravillosas, confeccionadas expresamente para estas fiestas, que piensa lucir con todo el garbo y donosura de su gracia pasaitarra, salpicada, para mayor seguridad de éxito, con unas miradas de carácter flamí­gero y efecto fulminante, ensayadas hace dí­as ante el espejo. ¡Oh, dulces dí­as para los que tienen la suerte de saborearlos!

Los ausentes arreglan presurosos, sus maletas, para venir a nuestro lado esos dí­as, pues no podí­an soportar el suplicio de no concurrir a la Plaza que engalanada y reidora nos espera para divertirnos en grande. Yo también he sido, por varios años, ausente, de nuestro querido “choco”, pero ni siquiera por olvido se me pasó la fecha de estas grandes fiestas, viniendo a mi mente dí­as de felicidad. No quieren verse privados, por nada de este mundo, del dulce placer de apretujarse con nosotros, a la vez contemplar o mejor dicho admirar a las bellí­simas señoritas, que todos los años ponen sus reales en nuestra improvisada plaza de Toros en los balcones, porque la tribuna brilla por su ausencia.
Sí­, son dí­as de alegrí­a sana, de olvido de nuestras penas de cada hora; un alto en los afanes de la vida; un estí­mulo para seguir después, con luz renovadora, nuestra particular lucha por la existencia…

J. L. Martí­nez