Los Tres Pasajes nº 13, 1955
Constituye para mí algo tan grato el reanudar mi idilio espiritual, revivir como en años anteriores en una explosión esporádica de mi alma inquieta incrementada por la distancia de muchos kilómetros, que enciende en la llama pasional por el influjo de la nostalgia, el acendrado cariño hacia la tierra que me viera nacer. Considero, por tanto, obligada la aclaración y la afirmación de quedar eliminadas las pretensiones literarias de este artículo, y sí única¬mente el anhelo de llegar a una especie de comunión con mis coterráneos residentes en la localidad, los cuales, a la hora en que estas líneas vean la luz, arderán en fiestas por sus cuatro costados…
Mi deseo se vería truncado si D. Luis Ureña, en su desprendimiento magnífico no me brindara esta tribuna, en cuya ocupación queda mi pluma tan mal parada, lo cual no obsta para transmitirle públicamente mi agradecimiento entrañable y sincero.
Desde el balcón de mi fantasía, un tanto poética y sin el embozo de una niebla apasionada, mi¬rando desde la altura de la imaginación, libre también de la habituación rutinaria, gozando sin oposición ni trabas de tal panorama, rebozando y salpicando, en un cóctel de bellezas retazos de lo náutico –otro de los efluvios que inundan mi alma– así veo a ANCHO:
Núcleo urbano apretado, aposentado en marismas arrancadas al mar a fuerza de nervio y puño; pueblo alegre, diáfano y optimista, que aún conserva en alto grado el sello tesonero de la estirpe de aquellos gascones nautas y de las ferrerías, espíritu incapaz de extirpar ni aun por la fuerza demoledora de las centurias. La comparación de los titanes que José M. Sert tiene plasmados en los murales de San Telmo nos dan una semblanza actualista tanto de sus hijos preclaros, cual del más ignorado artesano. Ni aun adversidades circunstanciales han doblegado su espíritu constructivo; todos son partícipes en la estructuración económica y evolutiva, creadores también del ambiente de sana ciudadanía que hermana a to¬dos sin grandes diferenciaciones clasistas.
Se asienta su población abigarrada, pugnando por salirse de sus límites naturales que ya se le antojan pequeños y constreñidos, se asienta, digo, en este estrecho marco, como perla en el seno de concha univalva, percibiendo de continuo el vaho salitroso y yodado de la bahía, que fue su madre genética, sintiéndose bastante protegido con los besos que le proporcionan los flujos y reflujos de sus mareas, y sintiéndose cachorrillo perenne, busca su regazo únicamente compartido por infinitos pequeños pueblos flotantes, hijos adoptivos que se mecen en sus correrías atlánticas, compartiendo sus mimos en los retornos de hijos pródigos: ANCHO no siente celos de sus hermanos, sino orgullo legítimo por el patrimonio que aportan.
Pocos pueblos pueden mostrar un espacio tan reducido, casi la mínima expresión, una colmena industrial tan densa y de tanta importancia y calidad que, traducida a cifras, es orgullo que abandona lo local y lo sitúa en el ámbito nacional. Abarcando multitud de procesos y especialidades, las elaboraciones pueden competir, entre los primeros donde lo bueno se presente, y eludo voluntariamente la mención de nombres y firmas aislados cuando todos constituyen la vanguardia industrial que menciono.
Búcaro de flores, vanidoso por contener en tan florido haz el colorido y tersura de flor mimada, delicada y rara, cuyo cultivo al calor de los viveros donde el matiz y la fragancia es por condensación y celo de manos amantes que no eluden sacrificios ni trabajos hasta obtener el premio a un esfuerzo. Todas estas conquistas pertenecen por entero a todos los pasaitarras sin excepción, jardineros que cultivan cotidianamente al visitante forastero, obsequiándole espléndidamente con sus mejores galas, y que en sus fiestas señeras, plenas de colorismo, palidecen ante el iris de los atuendos femeninos que desbordan sus calles, inundándolo todo con frescas risas de Evas contemporáneas…
Cuando las circunstancias nos ponen en situación de comparar, y vemos que una villa puede parangonarse a otras ciudades endiosadas por su prosapia y a quienes nada tienen que envidiar ni en modernidad ni en civismo, los elogios nacen a flor de labio, empujados por el corazón, pudiendo hacerse las afirmaciones con conocimiento de causa.
Nada de menciones a pasados idos se me ocurren hoy, aunque mi historia particular, que a nadie interesa, esté saturada de recuerdos inmensamente buenos en relación al pasado añorado, y que ninguna relación guarda con el ANCHO de hoy; la sola mención o referencia a la actual generación, desconocedora e ignorando tales bondades y viviendo dentro de su época, constituiría algo así como un sacrilegio.
Mi vida total es un complemento absoluto que me obliga a pronunciar el nombre ANCHO con veneración dedicada solamente a una madre. Tener esposa e hija pasaitarras, haber derrochado mis años juveniles –muchos– habitando y trabajando en sus factorías, toda mi formación y los escasos conocimientos de que estoy dotado, han sido adquiridos en sus rúas y centros docentes e industriales, todo ello es causa que desarrolla y transforma el cariño que siento hacia ese rincón pasaitarra.
Todo lo bueno que deseo para Pasajes-Ancho, se me antoja poco; y esta colaboración literaria es un homenaje muy natural que brindo a quien tanto me da sin exigirme nada. Si no lo hiciera, me corroería la conciencia un desagradecimiento que no se merece.
Sus casas, más o menos suntuosas, bordeadas por las casonas rústicas de los caseríos, en nada desmerecen la prestancia gentil de un pueblo que se remoza constantemente, como en nada queda desmerecida una joya valiosa si por alguna causa debiera sujetarse su enganche con un vulgar hilo de algodón…
ANCHO es navío arrogante que rasga los celajes platas de indómitos mares, ave que surca los aires por horizontes infinitos, flor de fragancias exquisitas de miles de rocíos, toda esa serie compleja y preponderante de bellezas majestuosas y naturales que me impiden ver las imperfecciones ni las taras que otros pueden atribuirle, guiados tal vez por los celos que les produzcan su pujanza y su competencia.
Este es el rretrato, un tanto romántico, visto al trasluz de un prisma, con la sensación del que va viendo salir una piedra refulgente y valiosa en la talla de un trozo vulgar de roca, del que contempla a un orfebre tomar en sus manos un tosco trozo de metal y ver esa chapa convertida, casi en el acto, en una filigrana de repujados y arabescos que admira el contemplador profano.
Yo, que no quiero mancillar con mi torpe pluma, por la pena que me suscita un San Fermín 1953 muy lejano de sus calles, pero muy cerca en el corazón, no puedo contener un ¡Vivan San Fermín y Pasajes-Ancho!
Alfonso Martín Casas
Torrelavega, julio de 1955