Pasajes nº 8, 1934

Difí­cil será encontrar el contraste que nos ofrecen el Mar y la Montaña en la forma que se nos aparecen en Pasajes.

Cada uno de ellos, aislados, son de por sí­ suficientes para motivar este poco de poesí­a que queremos dedicar a nuestros lectores. Por ello nos encontramos perplejos, indecisos, sin saber si dedicar nuestra loa a las brillantes ondulaciones, suaves y acariciadoras del mar Cantábrico o al sutil viento que respiramos y nos ensancha los pulmones cuando ascendemos por el magní­fico camino de San Marcos. Porque, sencillamente, este es el gran mérito de Pasajes. El que separados tan sólo por unos minutos de camino, se encuentren estos dos respiraderos naturales, auténticas fuentes de oxí­geno en las que nos solazamos en nuestros baños domingueros o nuestros paseos cotidianos.

El camino de San Marcos, linda carretera de enamorados desde la que se domina el sublime espectáculo del puerto y el pueblo cuando, en las horas crepusculares el manto de la noche se cierne suavemente y miles de luces comienzan a brillar despertando de su letargo diurno. Desde San Marcos, cuando a nuestras plantas contemplamos la villa que nos cobija, nos parece que adquiere otra expresión, otro color y otro sentido que el que nosotros le concedemos.

Y cuando, satisfechos ya del éxtasis contemplativo emprendemos el regreso, corto regreso a nuestro pueblo, en cada una de las ondulaciones de la acogedora carretera se nos aparecen más cerca las luces, más brillantes sus tonalidades y más oscuro el dí­a, como si quisiera acogernos en una triunfal entrada, y como si nos infiltrara la sublime poesí­a de su paisaje que adquiere un nuevo valor al anochecido.

La playa de Kalaburtza, que ha destronado a la antigua de Ondartxo, es una auténtica playa salvaje. Para mí­, amante decidido de la Naturaleza sin retoques, me parece que esas piedras que nos molestan cuando nos batí­amos y que nos producen una sensación de abandono, tienen un valor inestimable. Porque de lo natural auténtico a lo artificial existe una notable diferencia y se cree uno más libre, más í­ntimamente unido a esa Naturaleza de la que uno desea gozar cuando la mano del hombre no se ha apresurado a corregir su obra, sino que se vale de ella y la aprovecha para sus expansiones. Yo creo que el encanto de esta modestita playa sanjuandarra habrí­a de perder si quisiéramos dotarle de comodidades. Ocurrirí­a exactamente lo mismo que si quisiéramos que la boca del puerto se compondrí­a únicamente de un largo murallón artificial. Entonces estoy seguro de que ese acogedor rincón de las Puntas sanjuandarras, no tendrí­a los atractivos que en la actualidad nos ofrece.

Ese el atractivo del constante batallar, de la interminable lucha entre estos dos elementos, Mar y Montaña, que se besan odiándose y se odian besándose.

Serí­a absurdo pretender que a nadie le guste el mar como una balsa de aceite. Por el contrario, cuando recobra su majestuosa energí­a, cuando sus olas bañan las rocas de la costa y abren esos infinitos agujeros que son la expresión sincera de su devoción milenaria, cuando su espuma blanca señala donde terminan todas las impetuosidades de una fuerza bien contenida, es cuando más nos gusta su espectáculo.

Camino de San Marcos y Playa de Kalaburtza. Progreso y Naturaleza.
Los dos representáis los más diversos contrates que podrí­amos desear.

Y son tus rocas maldecidas, por lo molestas, de tu playa de Kalaburtza y tus orillas llenas de guijarros y tus alrededores salvajes y tus caminos tortuosos los que motivan este canto que te dedico.

Y a tí­, camino de San Marcos, obra del hombre en la Naturaleza, heraldo del progreso, con tu marco verde lozano de campo civilizado, te deseo que por muchos años puedas contemplar el espectáculo sublime, crepuscular y poético de un pueblo que nace radiante, esplendoroso, con un porvenir brillante.

Alberto Larzabal