Pasajes nº 6, 1932

He sido requerido para que escriba algunas lí­neas para la Revista PASAJES, y con el fin de hallar materia prima y dar cumplimiento a esa invitación, he dirigido los pasos a la “academia de música” donde frecuenta el lagunzar y txistulari Santos Uranga, y al exponerle el objeto de mi visita, siempre complaciente, se puso a mi disposicí­ón incondicionalmente.
Antes he de hacerle presente al lector, que se trata del modelo de ordenanza de nuestro ilustre Ayuntamiento, y que debido a las excelentes prendas que le adornan, aparte de los galones de su vistoso y flamante uniforme, es un hombre que cuenta con generales simpatí­as en Pasajes.
Conque manos a la obra, amigo Santhus.

¿Cuantos años lleva usted prestando servicios en el Ayuntamiento?
— Pues verá usted, le voy a contar el pequeño historial de pé a pá, y hasta un disgusto que me causó un borriquillo. Mire usted. El 16 de Mayo de 1891, hace 41 años, fui nombrado tamborilero de Pasajes-Ancho, por cierto que se trata de fecha memorable, porque entonces fueron proclamados los primeros concejales que representaron al distrito, los Sres. D. Francisco Tizón y D. Melquiades Zala, y Alcalde pedáneo a D. José Marí­a Belderrain. El 23 de Agosto de 1901, hace 31 años, fui nombrado también alguacil, siendo alcalde D. Juan Bautista Iceta, y a los dos dí­as se me comunicó que quedaba a mi cargo la limpieza general de las calles.
Como por aquella fecha tampoco exí­stí­a sereno, yo me encargaba de dar cumplimiento al cierre de los establecimientos por la noche.

Alajaña Santhus, tamborilero, alguacil, calegarbitzale y sereno… ¿Se puede saber lo que le pasó con con el borriquillo de marras?
— Enseguida le contaré, pero antes es necesario mojar un poco la garganta con la sidra vasco-alemana, –como le llama Santhus a la cerveza–. “Andre Maria, bete bigarrena”. Pues verá usted. Al encargarme de la limpieza de las calles, compré un borriquillo que me costó 25 pesetas, igual que hoy ¿verdad?, y a parte de su manutención, que corrí­a por mi cuenta, pagaba por su “cuarto de hospedaje” dos pesetas al mes. Agencié un carrito, y compré el atalaje a Lafourcade, pero como ese atalaje estaba hecho a la medida para un caballo, resultaba que por más refuerzos y trapos que le añadí­a, le resultaba el collarón desproporcionado a mi pobre Mutur-oker –mutur-oker era el nombre del burro– y por las mañanas, en cuanto aparecí­a en la calle con mi “compañero de fatigas”, la gente comenzaba a gritar: ¡Cuidado Shantus, que se le va a escapar el burro por el collarón! Y efectivamente así­ resultó. Una de las mañanas entré como de ordinario en un establecimiento a “enjuagar” la boca con una copita de aquél aguardiente que entonces se vendí­a, dejando a mi borriquillo en la calle, y a los pocos momentos entró en el establecimiento toda apurada la vecina “Mantoni berritsu” llamando a voz en grito: ¡Shantus, Shantus, que acaba de escapar el burro atravesando el collarón! Aun cuando no era Ja primera vez que gastaban esta clase de bromas, comprendí­ por el pelo tan erizado que traí­a la Mantoni, que algo ocurrí­a, y al salir me encontré en la calle con la escoba, el collarón y el carro, y a los vecinos que se estaban riendo a cuenta de mi burro. A pesar de la vigilancia secreta que monté, hoy es el dí­a que no he podido saber a donde fué a parar mi pobre Mutur-oker, pero sí­ quienes fueron los autores de la trastada. Dará razón en casa de Santos Uranga.

Lector: después de 41 años y con una hoja de servicio tan diáfana ¿serí­a mucho pedir una honrosa jubí­lación cara el celoso ordenanza, como modelo de empleado, Santos Uranga? Mediten y obren en justicia.

Loscar adizkidia