Gertakariak

EL CRIMEN DE ANCHO

La Unión Liberal, 1890-03-19

I
De cómo se cometió

La noticia de un asesinato, y de un asesinato en que interviene como instrumento del crimen la navaja, circulaba tan raras veces en nuestro paí­s, que el cometido en el vecino barrio de Ancho el 21 de Julio último, produjo extraordinaria sensación.
Durante varios dí­as no se habló de otra cosa en nuestra pací­fica ciudad.
El crimen, sin embargo, grave indudablemente, no revistió tales caracteres que pueda compararse a otros que en estos últimos años han hecho época en las ansias de la maldad humana, como por ejemplo, los de Archidona, Nava de Roa, Opañol, calle de Fuencarral, Orbaiceta, etc., etc.

Manuela Antí­a, viuda de 39 años y estanquera de Ancho, vení­a sosteniendo relaciones ilí­citas con un sujeto llamado Basilio Vallejo, casado, de poco más de 37 años, sargento licenciado del segundo cuerpo de miqueletes.

Menudeaban entre ellos las disputas, siempre por cuestión de intereses. Parece que la Manuela era avara en sumo grado. Un dí­a acusó a Basilio del robo de 300 pesetas, que echó de menos. Basilio fue detenido y puesto en libertad al poco tiempo, pues las pesetas aparecieron. Encadenado a aquella mujer, por esas fortí­simas cadenas que cierto género de uniones forjan, y que son dificilí­simas de romper, el amante habí­a descendido de sargento de miqueletes a peón caminero, abandonando a su mujer y a sus hijos. Tal vez hubiera dado por buena su suerte sin las constantes reyertas con Manuela y sin rumores que hasta él llegaron de que ésta le engañaba.

Por un encadenamiento de circunstancias que más adelante explicaremos, regresó a Ancho después de haber residido algún tiempo en Bilbao trabajando en las minas. Visitó a su amante, la cual le recibió muy mal, expulsándole de la tienda dos veces.

El 21, a las cinco y media de la tarde, entró en la taberna después de haber comprado una navaja. Manuela estaba allí­ con una amiga. Le pidió un vaso de agua que bebió. Después sacó la navaja, asió por el cuello a la Manuela cogiéndola detrás del mostrador, y le infirió hasta seis puñaladas, dos de ellas mortales de necesidad. A los gritos de la ví­ctima acudieron en su auxilio cuantos cerca del lugar estaban, y entre otros los miqueletes Vidaurreta y Mayora, que detuvieron al criminal.
— No tenga usted cuidado, no me escaparé–, dijo éste al verse sujeto.
Basilio, convicto y confeso, fue conducido ante el juez de Alza. Refirió entonces a un periódico local, que al ser conducido maniatado por los guardias, exclamó viendo pasar a cierto sujeto:
— Mejor que no te haya visto antes porque hubieras llevado el mismo camino que la Manuela.
Esta falleció a las doce de la noche, dejando una hija de diez años.
El criminal dormí­a tranquilamente mientras tanto.
Precisamos este detalle, porque parece indudable que la imperturbabilidad es el rasgo caracterí­stico de Basilio Vallejo.

II
Historia del criminal

Basilio nació en Tapia, provincia de Burgos. Vino muy niño al Paí­s Vasco; contaba sólo cuatro años, por lo cual ha podido aprender el idioma éuskaro, que habla perfectamente. Su padre, capataz en la estación del ferrocarril de Zumárraga, se llama Juan Vallejo. En los primeros años de su vida quedó sin madre, pero creció entre los cuidados de una hermana suya, viuda, que vino a vivir con el padre. En San Sebastián vive otra hermana, casada con un carabinero. Aprendió a leer y a escribir y recibió una educación relativamente buena. Fue primero litógrafo en Zumárraga, luego empleado en casa de la viuda de Lizarbe en Vitoria. Más tarde pasó a la fábrica de Oñativia, en Oñate, donde le prendieron los carlistas en Abril de 1872. Lo alistaron en sus filas ,y por don Carlos se batió en Mañaria, recibiendo dos balazos y un bayonetazo. Preso y curado en Durango, volvió a Oñate, se alistó como voluntario, ingresó como miquelete en Agosto de 1874, y en Enero de 1888 pidió y obtuvo la separación del mismo.

Ya entonces era casado y tení­a cuatro hijos, de doce años el mayor, de ellos dos niñas. Su familia viví­a en Azcoitia a la sazón, y también en la época en que cometió el crimen

III
El adulterio

Habí­a pasado Basilio 10 dí­as arrestado en el castillo de la Mota y de allí­ salió el 10 de Abril del 87. El 11 marchó a Pasajes a donde fue destinado por el señor Logendio.
El 1º de Junio siguiente un amigo le invitó a visitar el nuevo estanco, para conocer a la estanquera.
Entró él primero y le pidió un paquetillo de 20 céntimos, que le entregó diciéndole:
— Usted es el primero a quien vendo tabaco en mi vida–, le dijo ella.
— Que sea con buena suerte–, le contestó él.

Basilio fue a vivir como huésped a casa de Manuela, a instancias de ésta, a lo que parece, y pagándole seis reales diarios. Pronto supo su mujer legí­tima la vida que hací­a su marido. Presentóse a los jefes de éste, a los que inspiró compasión el abandono en que viví­a, sobre todo por mediar las circunstancias de hallarse encinta. Para quedar en libertad de obrar a su capricho, pidió Basilio la separación, y desde entonces vivió públicamente con su amante.

Ya hemos dicho que el dinero fue la causa de las primeras reyertas. Ambos trabajaban y ambos guardaban en común lo que poseí­an. Pero Basilio observó que Manuela sumaba cantidades que colocaba en la Caja de Ahorros a nombre de ella y de una niña de 10 años que le quedaba, fruto de su matrimonio con un sargento de miqueletes. Basilio asegura que no es gastador y que aquella prueba de desconfianza de su amante, por la cual se sentí­a completamente dominado, le desagradó en extremo.

Llegaron las cosas hasta acusarle ella de robo, como ya hemos referido. Enfadado, abandonó Basilio la casa y tomó pasaje para Buenos Aires en Hendaya. Manuela le disuadió del viaje con lágrimas y ruegos, y él se quedó, perdiendo el precio del pasaje.
La falta de 500 pesetas del cajón, motivó la segunda ruptura. Manuela las habí­a colocado en la Caja de Ahorros. Entonces Basilio marchó a Bilbao, de donde volvió, desgraciadamente para cometer el crimen.

IV
En la Audiencia

La calle Esterlines estaba llena ayer mañana de gentes que formaban cola, esperando para entrar la hora señalada para la vista.
Apenas abierta la puerta, quedó completamente lleno el pequeño local destinado al público. ¡Como que habí­a quien aguardaba desde las primeras horas de la mañana!

A las once y media se constituyó el tribunal de derecho, formado por el presidente de esta Audiencia señor Churruca y los magistrados señores De Blas y Oneca. Ocupaban sus respectivos puestos el fiscal señor Tormo, el abogado defensor señor Añí­barro y el secretario señor Alonso Colmenares. En los escaños próximos hallábanse varios distinguidos letrados de esta ciudad. Recordamos entre ellos a los señores Sagredo, Orbea, Barroso, etc.

El señor secretario da lectura a los nombres de los señores jurados, entre los que se han de sortear los que han de constituir el tribunal de hecho, resultando ser los señores:
D. Francisco Izaguirre Zabala (presidente)
D. Enrique Mariscal Arana
D. Olegario Laborda Tallada
D. Antonio Amiama Salve
D. Luis Marí­a Echeverria Desga
D. Francisco Bernal y Payrel (recusado por la defensa)
D. Francisco Ocaranza Madinabeitia
D. Santiago Goenaga Cortadi
D. Benito Jamar Domerech
D. Ricardo Lasquibar Lasa
D. José Manuel Videgain Oyarvide
D. Gabriel Altuna Arrasain
D. Severo Aguirre Miramón Elósegui
Suplentes
D. Ignacio Arriola y Otaño
D. Manuel Cámara Aramburu

Una vez constituido de este modo el tribunal de hecho, se procede al juramento de los jurados que lo constituyen, el cual lo verifican de dos en dos, colocándose de rodillas y poniendo una mano sobre los Evangelios.
El jurado don Benito Jamar, haciendo uso del derecho que le asiste, jura de pié y sin hacerlo por los Evangelios citados.
A la derecha de la presidencia estaba la mesa destinada a los periodistas, junto a la grada que separa el espacio reservado al tribunal del espacio destinado al público.
Dando la espalda a éste, hallábase a pocos pasos de nosotros, sentado en el banquillo, Basilio Vallejo.

Representaba su edad: de 37 a 40 años. Es de regular estatura, enjuto y recio. Su rostro, surcado de grandes arrugas, revela poca sensibilidad y falta de inteligencia. La frente es estrecha y algo deprimida. Larga la nariz, grande la boca, de delgados labios y cubiertos en parte por espeso bigote castaño, pequeños los ojos y con una expresión entre maligna y dura, pero no en grado bastante para quitar al conjunto un aspecto de vulgaridad. Obsérvase sí­, que el ángulo facial es bastante agudo.
Junto a él vigilan dos guardias civiles.

Declaración del procesado

Seguidamente pasa el presidente a dirigir al procesado las generales de la ley, y concede la palabra al ministerio fiscal para que proceda al interrogatorio.

Fiscal:
— ¿Confiesa usted que en la tarde del 21 de Julio del año pasado acometió a Manuela Antí­a produciéndole varias heridas?
Procesado:
— Si, señor.
F — Refiera usted todo lo que ocurrió desde aquel dí­a
P — ¿Desde aquel dí­a ó desde antes?
F — Como usted guste
P — Vine de Bilbao el 18 de Julio. Si hubiese venido con la intención de cometer el crimen hubiese comprado antes la navaja. Me dirigí­ a Pasajes con la intención de reclamar a Manuela Antí­a el dinero que le tení­a entregado, que era de unos 1.000 reales. Entré en el estanco que ella tení­a y pedí­ un paquetillo diciéndole al mismo tiempo:
— Tengo que hablar dos palabras
Y ella me replicó:
— No tengo nada que ver con usted.
Yo, sin embargo, insistí­ en ello, y entonces me dijo ella que iba a llamar a los de orden público, a lo cual yo le respondí­:
— No tiene necesidad, mañana amanecerá
Y diciendo esto, salí­ del estanco viniendo a San Sebastián. Aquella noche no pude dormir recordando el recibimiento que me habí­a hecho. Volví­ al otro dí­a, y si hubiera querido matarla tení­a ocasión, pues no habí­a nadie ni en su casa ni en la calle. Estuve esperando hasta que entró otro, entonces entré yo y pedí­ una copa, Manuela fue a arriba a traerla, y al poco tiempo vinieron dos agentes de orden público comisionados por ella para que me vigilaran. Hirióme mucho que una mujer por la que abandoné todo, el cuerpo de miqueletes a que pertenecí­a, mi mujer y mis hijos, se portara de aquel modo conmigo.
De este modo continuó en los dí­as sucesivos, y siempre que yo le decí­a que por ella habí­a abandonado todo y que ella tení­a ahora el valor de negarme la cantidad que le dí­, me respondí­a que no tení­a nada que ver conmigo.
Entonces tomé el propósito, no de matarla, que nunca ha sido esa mi intención, pero sí­ escarmentarla para que se acordara de haberse portado así­ con un hombre que abandona a su esposa y cuatro hijos por una mala mujer (murmullos). Salí­ de allí­ y empecé a jugar con unos amigos y materialmente no veí­a; después bebí­ dos vasos de sidra que me parecieron veneno.
Más tarde ví­ unos cuchillos en un escaparate y compré una navaja diciendo que era buena para lo que yo querí­a.
F — ¿Cuándo fue usted a entrar en la tienda, quién habí­a?
P — Habí­a dos personas.
F — Cuando vio usted que se marcharon, ¿qué hizo usted?
P — Penetré en la tienda y no recuerdo si hablé o no hablé.
F — Esa cuestión de intereses de que antes ha hablado ¿qué cuestión era?
P — Yo tení­a a Manuela entregados 1.000 reales.
F — ¿Con qué objeto?
P — Para vivir maritalmente.
F — ¿Tiene usted algún documento?
P — Tengo un documento firmado por la hija.
F — ¿Contra la voluntad de su madre?
P — Si, señor.
F — ¿Usted recuerda haber dicho en la declaración que prestó en el Juzgado que tení­a el propósito de matar a Manuela Antí­a?
P — No recuerdo.

El señor fiscal pide que se lea la declaración que prestó en el Juzgado Basilio Vallejo.
El señor secretario procede a la lectura solicitada.
En esa declaración se consigna que viví­a en Pasajes de pupilo, siendo miquelete, y que cuando conoció a Manuela y tomó relaciones pidió la licencia y pasó a vivir con ella, que empezaron a surgir discusiones y que él trató de marcharse a América, siendo detenido a fuerza de ruegos por su amante; que después se marchó a Sestao, donde estuvo trabajando, volviendo otra vez a arreglar cuentas y que en vista de las negativas de ella, formó el propósito de matarla.

F — ¿Qué razones tuvo usted para eso?
P — Es que yo no tuve esa intención, sino solamente de hacer que sufriera un escarmiento.
F — ¿De suerte que fue una equivocación lo que usted dijo en el Juzgado?
P — Lo que yo pude decir, pues es la verdad, que querí­a vengarme, pero no matarla.
F — Cuando pensó usted escarmentarla estaba ella detrás del mostrador, ¿el paso entre éste y la pared es estrecho?
P — Justamente para el paso de un hombre.
F — ¿Usted entró en la tienda navaja en mano la abrió después?
P — La debí­ sacar al entrar detrás del mostrador.
F — ¿Fue usted de improviso?
P — No, señor.
F — ¿Habló usted?
P — No recuerdo.
F — ¿Ese escarmiento que usted pretendí­a darle en qué consistí­a?
P — Nada más que escarmentarla pero no matarla; lo que sí­ recuerdo es que le inferí­ una herida.
F — En el tiempo que duraron sus relaciones ¿estuvo usted separado de sus hijos?
P — Si, señor.
F — Cuando usted fue a Sestao ¿riñó usted con Manuela?
P — Si, señor.
F — ¿Se arregló usted con su familia?
P – No, señor.
F — Durante sus relaciones ¿enviaba usted algún socorro a su familia?
P — No, señor.

Después comienza el interrogatorio de la defensa.
Defensor (señor Añí­barro):
— Deseo manifieste usted en que época conoció a Manuela y la causa de ir a vivir con ella
P — Manuela vino a vivir a Ancho en 1887, tení­a una tienda que le cedió Camionge dándole seis reales diarios, casa y leña. El mismo dí­a que se abrió la tienda supe por mi amigo Tizón que se habí­a abierto un estanco nuevo y entré con él a comprar un paquetillo. Por la noche pasé por allí­ y le dí­ las buenas noches; estuvimos hablando, me dijo que su esposo habí­a sido también miquelete y que debí­a haberle conocido.
D — ¿Hasta entonces usted no conocí­a a Manuela?
P — No, señor. Después que tuvimos aquella conversación la acompañé a cerrar la tienda y me invitó a ir a su casa.
D — ¿Mediaron más que palabras aquella noche?
P — Si, señor.
D — ¿Sintió usted ya entonces una pasión?
P – No, señor. El 12 de Junio pagué a la patrona y me mudé de casa.
D — ¿Antes de ir a vivir con Manuela, tomó usted antecedentes de ella?
P — Ninguno; oí­ algo, pero no reflexioné.
D — No puedo continuar en este terreno, y suplico al Tribunal que supla lo que falta.
(Al procesado): ¿Usted pagaba el pupilaje?
P — Si, señor, cada quince dí­as.
D — ¿Cuándo salió usted de Pasajes, a donde fue?
P — í„ Zumárraga.
D — ¿Seguí­a usted en relaciones con ella?
P — Si, señor.
D — ¿Recibí­a usted cartas de ella, diciéndole que abandonara su familia?
P — Si, señor.
D — ¿Y no llegó en algunas hasta a hablar mal de su mujer?
P — Si, señor.
D — ¿Le hizo usted alguna indicación particular sobre el asunto?
P — Si señor, decí­a que todos los curas de Azcoitia la sostendrí­an, para que no viniera.
D — Siga usted su relación.
P — Al poco tiempo de vivir reunidos empezaron las disensiones. Cuando habí­a recogidas algunas pesetas, producto de las ventas que hací­amos, ella cogí­a el dinero y con pretexto que era para la saca de tabaco lo llevaba a la Caja de Ahorros, tratándome peor que a un criado.
D — ¿Tuvo usted algún disgusto con motivo de la desaparición de 300 pesetas?
P — Si señor; las 300 pesetas, que las dejó un dí­a debajo del mostrador, las cogí­ para que no se las llevara a la Caja de Ahorros, y dando ella parte me llevaron preso y estuve en la cárcel.
D — ¿Por qué volvió usted a Pasajes?
P — Para cobrar la cantidad que le tení­a dada.
D — ¿Al llegar comprendió usted que Manuela sabí­a algo?
P — Yo creo que sí­ por la manera que tuvo de recibirme
D — ¿Atendió a razones?
P — No señor, a pesar que yo le dije que reflexionara bien.
D — ¿No le prestó atención?
P – No, señor.
D — ¿Quién entró entonces?
P – Mdme. Baptiste.

El señor presidente hace observar al letrado al llegar a este punto de la declaración que lo que está haciendo es una continua repetición de preguntas.
D — ¿Sabe usted si hablaba de usted?
P — No sé.
Después el procesado refiere cómo, ciego por el arrebato, se fue a Manuela para castigarla, y que una vez cometido el acto dice que hubiese preferido que muriera en el momento, pues así­ sabrí­a con seguridad que era él el causante, pero habiendo muerto después de algún tiempo puede haber sido por no asistirla a tiempo, y no prodigarle suficientes cuidados.
Presidente — Si no tení­a usted otra intención que la de castigarla ¿cómo le dio usted hasta seis navajadas?
P — Me parece que fueron cinco, pero en aquel arrebato no sé lo que hice.
Presidente — La dio usted seis, y dos, mortales de necesidad
P — No recuerdo.
Presidente — Cuando usted hirió a Manuela, no dijo usted al miquelete Mayora “Eso querí­a yo, y he venido de Bilbao con ese objeto”
P — No, señor.

Termina el interrogatorio del procesado y éste se sienta limpiándose el sudor.
Después se pasa al examen de la prueba testifical.
Entre los testigos figura una niña, hija de la ví­ctima, y el fiscal dice que por su parte renuncia a su declaración, pero el letrado defensor la juzga necesaria
Empieza el examen de testigos.

Arsenia Herrero

Tiene 26 años y es casada.
Una vez formuladas las generales de la ley, pasa a ser interrogada por el fiscal.
F — ¿Estando usted en la tienda de Manuela Antí­a, vio entrar al procesado?
T — Si señor; entró en la tienda muy serio estando en ella dos señores. Después que se marcharon pidió un vaso de agua que le serví­ yo. Luego oí­ preguntar a Manuela: “¿Qué quieres?” y él respondió “Esto”, entonces escuché un “¡Ay!” de ella.
F — ¿Estaba usted entonces de espaldas al procesado?
T — Si, señor.
F — ¿Sabe usted si la pregunta de Manuela iba dirigida a él?
T — No lo sé, pero como él contestó, supongo que serí­a así­.
D — ¿Sabí­a usted si habí­a relaciones entre la Manuela y el procesado?
T — Algo; lo que sabí­a por el rum-rum público (risas)
D — ¿Qué señales mostraba el procesado?
T — Las de estar algo impaciente.

Marí­a Lalanne

Tiene 30 años, es casada.
Se sabe que está en Francia, pero ignorándose el punto de su paradero, no se le ha podido requerir para que se presente.

Ascensión Urteaga

Tiene 36 años y es casada.
Contesta a las generales de la ley.
F — ¿En la tarde del 21 de Julio bajó usted a la tienda de Manuela?
T – Si, señor.
F – ¿Sabe usted si antes habí­an reñido Manuela y Vallejo?
T – No, señor.

Agapito Mayora

Tiene 33 años, soltero, y es miquelete.
Presidente — ¿Jura usted por Dios decir verdad en cuanto supiera y fuera preguntado?
Testigo — Agapito Mayora
El presidente vuelve a formular la pregunta y obtiene la misma contestación. Comprendiendo entonces que el testigo desconoce el castellano, se hace necesario valerse del intérprete.
Fiscal — ¿Cuándo se enteró usted del suceso, habí­a mucho barullo a la puerta de la tienda?
Testigo — Si señor, entré y ví­ una mujer tendida en el suelo.
F — ¿Llevaron a Vallejo delante de aquella mujer?
T – Si, señor.
F — ¿Qué dijo Vallejo?
T — “Yo moriré pero tú antes” y añadió que habí­a venido de Bilbao con ese intento.
En vista de esta declaración se conceptúa necesario verificar un careo entre el testigo y el procesado.
Presidente — ¿El procesado niega lo que dice el testigo?
P — Si señor, no me llevaron delante del cuerpo.
Presidente — No podrí­a usted darse cuenta porque estaba usted azorado.
D — El testigo dice que el procesado entró en la tienda, y éste lo niega; vean si se ponen de acuerdo.
Se celebra un careo en vascuence entre Agapito Mayora y Basilio Vallejo, manteniéndose ambos en sus respectivas afirmaciones.
D — (Al testigo) ¿Sabí­a usted las relaciones que existí­an entre el procesado y la interfecta?
T – Si, señor.

Filomena Zubiria

Tiene 36 años, casada, y es la dueña de la tienda donde compró la navaja el procesado.
Después de contestar a las generales de la ley, reconoce la navaja que vendió a Basilio Vallejo.
F — ¿Cuándo entró en su tienda el procesado, iba pací­fico ó enfurecido?
T — Entró pací­ficamente y tomó la primera navaja que halló a su mano, sin pararse a elegir, diciendo que con aquella le bastaba.
(El juicio se suspende por cinco minutos).
Pasado el tiempo designado se reanuda la vista.

La hija

Comparece la hija de la ví­ctima, niña de 10 años llamada Paula Aguirre.
D — ¿La madre de usted dio encargo de que vigilasen a Vallejo?
Niña – Si, señor.
Comprendiendo el estado de la ví­ctima, objeto de unánime compasión, se renuncia a dirigirle más preguntas.

Ignacio Casares

Tiene 33 años, soltero y es médico, figurando como perito.
Defensa — ¿Asistió usted cuando fue herida en Pasajes, a Manuela Antí­a?
T — Si señor–, y declaró que habí­a sido herida por el procesado.
Entra el otro facultativo, señor Goicoechea.
La defensa pide a los dos peritos citados que hagan una relación técnica de las heridas de la interfecta, y el señor Casares las describe indicando que dos de ellas eran mortales de necesidad, y contestando a otras preguntas dice que la hemorragia pudo influir en la muerte, pero que la causa principal son las lesiones sufridas, y que únicamente un milagro de la naturaleza hubiera podido curarla, pues la ciencia era incapaz para ello.

Simón Ostolaza

Tiene 49 años y es casado.
D — ¿Permaneció usted mucho tiempo al lado de la herida?
T — Como un cuarto de hora.
D — ¿Habló algo?
T — Yo sólo le oí­ pedir un confesor, que vino, y al poco tiempo los médicos que hicieron la cura.
D — ¿Sabí­a usted las relaciones que existí­an entre el procesado y la Antí­a?
T – No, señor.
D — ¿Sabe usted si el procesado gastaba mucho?
T – No, señor.
D — ¿Sabe si fue alguna vez a la cárcel el procesado?
T — Si señor, pero no sé detalles.

Federico Sánchez

Fue de los primeros que acudieron al lugar del suceso, y encontró a Vallejo con las manos llenas de sangre. Este le dijo que habí­a muerto a Manuela.
Dice que el motivo de no embarcarse el procesado para América fue las súplicas de ella.

Miguel Vidaurreta

Miquelete, habla el vascuence y dice que cuando prendió a Vallejo se lamentaba éste de que no acudiesen a curarle a la ví­ctima, que estaba tranquilo, y contestando al presidente, declara que no tiene conocimiento de que el procesado dijese que tení­a la intención de matar a Manuela.

Marcelina Izaguire

Conoce las relaciones de la ví­ctima y el procesado.

J. Bautista Ayerbe

Miquelete que ha servido con Vallejo, conoce por indicaciones de éste, las relaciones en cuestión.

Francisco Tizón

Peluquero de oficio, es el que fue con el procesado al estanco de Manuela, el mismo dí­a que se abrió aquel.
Ha oí­do relaciones desfavorables para la conducta de la ví­ctima, conoce el incidente de la proyectada marcha a América del procesado, y sabe también lo que ocurrió el mismo dí­a con motivo de la desaparición de las 300 pesetas de casa de la Manuela.

Felipe Blanco

Sabe que Manuela y Vallejo tuvieron disputas antes de marcharse éste a Bilbao.

Angel Echeverria

El alguacil de Alza conoce las relaciones y el proyectado viaje a América.

José Zuloaga

Teniente de miqueletes, dice que el procesado iba mucho a Pasajes cuando estaba a sus órdenes.

Madame Baptiste

No conociendo el español, y por indicación del presidente se presta el redactor de El Guipuzcoano, señor Delates, a servir de intérprete.
Recuerda que Manuela increpó a Vallejo llamándole falso y diciéndole que se fuese de su casa.

Alfonso Tury

Habló con Vallejo cuando regresó de Bilbao y recuerda que éste le dijo vení­a a arreglar cuentas.

Se renuncia a las declaraciones de los testigos señores Arzac y Calonge.
Terminada la prueba testifical se procede a la documental en que se refiere la hecho.
El fiscal renuncia a que se dé lectura al acta referente a la autopsia.
Se da lectura al informe del jefe de miqueletes respecto a la hoja de servicios del procesado, la cual es favorable al mismo, consignándose en ella que ascendió a sargento primero por su buen comportamiento y que posee la medalla de Alfonso XII.
Con esto se dan por terminadas las pruebas.

* * *

A las tres próximamente se suspende el acto para reanudarse a las cuatro menos cuarto.
El acusado vuelve al banquillo, frí­o e impasible, mirando al que le mira, con serenidad pero sin cinismo.
En su puesto el tribunal, el señor secretario lee las conclusiones fiscales modificadas, en las que se califica el crimen de asesinato sin circunstancias atenuantes ni agravantes.

La acusación fiscal

El fiscal señor Tormo usa de la palabra:
— Analizando detenidamente la prueba testifical –dice– y atendiendo, no sólo el resultado material del mismo, sino el conjunto de circunstancias que rodean el hecho, el ministerio se ha creí­do en el deber de modificar sus primitivas conclusiones.
En vista de las pruebas que se han traí­do a luz, todo hace creer que el procesado cometió el crimen sin darse cuenta exacta de él.
Sin embargo se trata de un asesinato caracterizado por la circunstancia de haber sido premeditado por el criminal, valiéndose éste de la superioridad de haber buscado la ocasión que le pareció más apropiada, circunstancias todas que constituyen la alevosí­a.
Resulta plenamente probado que Basilio Vallejo entró en la taberna en actitud tranquila, de suerte que nadie pudo, por su aspecto, presumir la intención que lo guiaba. Pidió un vaso de agua, esperó a que se retirasen los presentes, miró por el escaparate para ver si la ocasión era oportuna, y entonces asesinó a Manuela Antí­a.
Supo aprovechar para su intento las condiciones del local, acerca de las cuales llamó la atención del tribunal. Basta conocerlas para comprender que la ví­ctima fue agredida de modo que no pudo darse cuenta de la agresión, ni intentar la fuga, ni defenderse.
El mostrador deja una entrada de 60 centí­metros. Entre él y la pared paralela sólo media un espacio de 72, en este estrechí­simo callejón se hallaba Manuela cuando fue acometida, tan inopinadamente y con tal rapidez, que tampoco hubo lugar para que acudiera nadie en su socorro.
Tres mujeres estaban presentes: Maria Lalanne, Ascensión Urteaga y Arsenia Herrero; ninguna de ellas se dio cuenta del crimen hasta después de perpetrado.
(El procesado permanece en el banquillo con los codos apoyados en las rodillas, pero sin inmutarse)

Entra enseguida el señor Tormo en el examen de la naturaleza de las lesiones, para concluir de aquí­ la imposibilidad de admitir circunstancias atenuantes.
— Tampoco –sigue diciendo–, se pueden calificar de tal, los lazos que uní­an al asesino con la ví­ctima. ¿Cómo puede atenuar el crimen la circunstancia de haber abandonado a su infeliz mujer y a sus hijos para vivir amancebado con otra?
No quiero entrar a examinar la conducta ni la historia de Manuela Antí­a, pero sí­ quiero hacer constar que todas las noticias que respecto a ella se han traí­do aquí­, son anteriores a los dos años que vivió con Basilio, y que no podí­a tener reputación muy buena la mujer que estaba amancebada con un hombre casado.
Es también digno de tenerse en cuenta que todas las cuestiones entre ellos surgidas fueron motivadas por el dinero. Jamás se quejó Basilio de infidelidades amorosas.
Tampoco puede probarse que obrara en un momento de arrebato pasional. Compréndase que al ser expulsado de aquella casa, de que fuera como el amo, y por la mujer a quien habí­a querido y a la que tal vez querí­a, la hubiera acometido y maltratado. La acusación fiscal tendrí­a muy en cuenta esta circunstancia.
Pero en vez de obrar así­, Basilio va a Renterí­a, compra a la vuelta una navaja y piensa en la comisión del delito como lo atestigua su frase: “Con esto tengo bastante”.
Pero estas expresiones no pueden estimarse en boca de aquel hombre como prueba de premeditación reflexiva del delito, porque todo hombre irritado dice lo mismo en casos parecidos.
Tampoco puede apreciarse como circunstancia atenuante la de estar seducido por la mujer que era su amante.
Concluye pues el señor Fiscal deduciendo las anteriores consideraciones que en el crimen no existe circunstancia alguna ni atenuante ni agravante.

La defensa

El abogado defensor Sr. Añí­barro, recordando que no hay efecto sin causa, dice, que quiere buscar las causas del crimen.
Comienza por examinar la intención del procesado.
— Vallejo era un hombre honrado y valiente ¿Cómo se hizo criminal? ¿Cómo dio ese salto enorme? ¿Cómo salvó el abismo que separa al asesino del hombre honrado?
Refiere los amores de Vallejo con Manuela Antí­a, pintándonos a aquél ví­ctima de la avaricia de ésta.
Recuerda que en la segunda reyerta con ella, originada, como las anteriores, por cuestiones de intereses, Vallejo toma en Hendaya pasaje para Buenos Aires y Manuela le obliga a desistir de su viaje.
— Vallejo va a trabajar a Sestao, pero aquellas pesadas faenas agotan sus fuerzas. Entonces escribe al señor Camionge, comerciante de Ancho, protector de Manuela, pidiéndole una colocación menos humillante y penosa. Camionge le contesta ofreciéndole un destino en Nanclares de la Oca y diciéndole que para eso se necesita hombre formal y enérgico. Cualidades que afirma el señor Camionge reconocer en Basilio.
En ella no le advierte que tendrá algún lí­o con Manuela Antí­a.
Vallejo encuentra en este desví­o malos modos, que atribuye a que ella estuvo con Tuguri poco antes.
Le presenta un recibo de una cantidad. Ella lo niega diciendo que aquella firma no es suya. Apenas entra le dice: “¿Qué busca usted aquí­?, salga inmediatamente”.
Vuelve a ver a Manuela para preguntarle las causas de su mala situación y se encuentra con que la policí­a le arroja de la casa.
En el ánimo de Vallejo produjo aquello, sin duda, una perturbación lamentable, pero se resigna y va a cenar con unos amigos
A la mañana siguiente va a ver a Manuela y no se atreve a penetrar en la tienda hasta que no entra el buzo, para no estar sólo.
No debí­a ser muy agria la conversación en los primeros momentos, puesto que él trató de convencerla, de que fuera a vivir con él a Bilbao, a lo que la Manuela se negó.
Pero entra en la tienda Madame Baptiste, y aquella empieza a deshacerse en improperios nuevamente.
Vallejo sale, pasea, come y bebe con un amigo, encuentra una navaja y exclama:”Con esto tengo bastante”, frase que, por decir mucho, no dice nada
Vuelve a la tienda a las cinco y media, encuentra a la puerta a Tuguri y a Echeverria, que al verle aproximarse, suspenden la conversación. Creyó, sin duda, que se hablaba de él; supuso que se burlaban. Nueva ofensa que debió suscitar su ira.
Entró en la tienda y pidió un vaso de agua.
Refiere el crimen para demostrar que Vallejo no tuvo intención de matar, e insiste sobre todo en que después de haber herido a Manuela, al arrastrarla hacia el sitio donde estuviera sentado momentos antes, exclamó, viendo que acuden gentes que tratan de reanimarla:”Esa mujer se va en sangre”.
(El procesado se conmueve. Sus ojos se enrojecen y se pasa un pañuelo por la frente).

Insiste con elocuentes frases el señor Añí­barro en que el crimen se cometió a las cinco y media de la tarde de un dí­a de Julio en la calle más céntrica de Pasajes, a dos pasos de la estación, y teniendo pleno conocimiento de que la policí­a le seguí­a los pasos.
— Todo este conjunto de circunstancias atenuantes, prueba que el delito debe ser considerado como homicidio y no como asesinato, no existiendo la alevosí­a por lo tanto.
Es también evidente que se propuso causar tanto daño como causó. Se proponí­a escarmentar a la Manuela; él mismo lo ha dicho. ¿Cómo habí­a de escarmentarla matándola?. Necesitaba que ella reconociera que habí­a hecho mal, que le pidiera perdón.
El hecho de comprar una navaja, que por casualidad encuentra en su camino, tampoco prueba nada.
Esto en cuanto a actos anteriores a la comisión del delito
En cuanto a actos del momento, sólo puede citarse la frase: “Te voy a matar”. Ahora bien, ¿qué significa esto? ¿No emplea iguales expresiones el padre que da un pescozón a su hijo? Si existí­a la intención, sobraba la frase. En cambio, al verla después de herida, viva, dice:”Esto, esto es lo que yo querí­a”. ¿Quiérese mejor prueba de que la querí­a castigada, pero no muerta?
Además, aún podrí­a añadirse como circunstancia atenuante la misma premeditación, puesto que las ofensas graves recibidas fueron acumulando la ira en su ánimo. Obró impulsado por ellas, en venganza de ellas.
Luego, al encuentro con Tuguri y Echeverria a la entrada de de la tienda, con el detalle del silencio repentino de éstos ¿no es otro impulso nuevo hacia la ofuscación?
Aún queda una cuarta circunstancia atenuante. Por Manuela Antí­a abandonó a sus hijos y a su mujer; por Manuela Antí­a lo abandonó todo; trabajó como no hubiera trabajado en su vida, llevando a cuestas pesados cestos de tierra; a ella entregaba í­ntegro el exiguo jornal; por ella quedó reducido a la miseria.
¿Qué tiene de extraño que al verse burlado é insultado un hombre, en tales condiciones, llegara hasta el crimen?

El resumen del presidente

Después de un descanso de media hora se reanuda la vista
El presidente señor Churruca procede, según la ley, a hacer el resumen para ilustrar a los señores jurados.
En notables párrafos expone la diferencia que existe entre el asesinato y el homicidio, y puntualiza las conclusiones del ministerio fiscal y de la defensa.
Después lee las preguntas a las que han de contestar los señores jurados para formar el veredicto.

Petición del defensor

Con este motivo se suscita un incidente promovido por la defensa que solicita se agreguen a aquellas otras tres, que se refieren a que si el procesado pretendió darle muerte, si recibió ofensas graves, y si existí­a un motivo poderoso para que obrase como lo efectuó.
El presidente y el ministerio fiscal se niegan a que sean incluidas, basándose para ello en que las preguntas que se han de dirigir al Jurado han de ser exclusivamente sobre hechos y nada más.
En vista de estas manifestaciones, la defensa dice que en su concepto faltarí­a a un deber de conciencia si no pidiese que las citadas preguntas consten en acta con la correspondiente protesta para los efectos oportunos.
Se hace así­, y el Tribunal de hecho se retira a deliberar a las ocho de la noche.
Después de una hora, poco más ó menos, se presenta de nuevo en la Sala, y el presidente da lectura al veredicto en la forma siguiente:

El veredicto

1º.- Basilio Vallejo ¿es culpable de la muerte de Manuela Antí­a, infiriéndola sobre las seis de la tarde del 21 de Julio 1898 seis heridas con una navaja, dos de ellas mortales de necesidad, según los facultativos, a consecuencia de las cuales falleció a las doce menos cuarto de aquel mismo dí­a? Sí­.
2º.- Basilio Vallejo ¿compró a cosa de las cinco de la tarde del referido dí­a 21 de Julio, en la tienda de Renterí­a de Filomena Ubiria, la navaja con que infirió a Manuela Antí­a dichas heridas? Sí­.
3º.- Basilio Vallejo, una vez provisto de dicha navaja, ¿se fue a la tienda estanco que tení­a en Ancho la llamada Manuela Antí­a y permaneció en ella tranquilo, sin que nada diera a conocer sus propósitos, hasta que salieron Alfonso Tudery y Angel Echeverria que se hallaban en la misma? Sí­.
4º.- Cuando salieron de la tienda los expresados Tuguri y Echeverria ¿acometió el Vallejo a la Antí­a, entrando de improviso en el local detrás del mostrador en que ésta se hallaba por la única entrada que existí­a? Sí­.
5º.- ¿Verificó Vallejo la agresión a la Antí­a en el momento en que ésta se hallaba vuelta de costado a aquel despachando a Manuela Lalanne el algodón que ésta le habí­a pedido y sin que pudiera apercibirse de dicha agresión? Sí­.
6º.- ¿Manuela Antí­a indujo a Vallejo el año 87 para que abandonara a su mujer e hijos y más tarde su carrera con el objeto de tenerlo en su compañí­a y lucrarse con su trabajo? Sí­.
7º.- ¿Basilio Vallejo volvió a ver a Manuela Antí­a después que salió de su tienda sobre las nueve y media de la mañana del dí­a 21 de Julio, hasta que regresó a la misma tienda a cosa de las seis de la tarde del propio dí­a? Sí­.
8º.- El mismo Vallejo, cuando regresó a la tienda de la Antí­a en el dí­a y hora últimamente indicados, ¿tuvo alguna riña con ella? No.

* * *

Con esto se da por terminada la misión del Tribunal de hecho.
El ministerio fiscal solicita la aplicación del Código en relación con el veredicto, pidiendo para el procesado la pena de cadena perpetua, inhabilitación absoluta en caso de indulto y 8.000 pesetas de indemnización.
No se tiene en cuenta circunstancias calificativas, se ordena el comiso de la navaja y la devolución de las ropas a sus dueños.

El incidente

La defensa se mantiene en sus conclusiones, y aludiendo a no haber sido admitidas sus preguntas, dice que no hay peor enemigo que el vací­o.
El fiscal, entendiendo que se alude al veredicto del Jurado, protesta dirigiéndose a la Presidencia y diciendo que la ley prohí­be que se discuta aquél.
El letrado defensor dice que lamenta ser interrumpido y el presidente aclara la cuestión, manifestando que dimana de no haber entendido bien el señor fiscal lo dicho por el defensor.
Continúa éste y termina pidiendo para su defendido la pena de 6 años de prisión mayor, accesorios y costas.
Rectifica el señor fiscal explicando cuestiones de derecho, relativas al incidente.
Rectifica también el letrado defensor que comienza con estas palabras:
“Yo soy el último de los abogados, pero en éste lugar y revestido con ésta toga, no recibo nunca lecciones de nadie”.
El presidente llama la atención del orador, y éste, asintiendo a ello, termina su rectificación sin insistir sobre lo primero.
El presidente pregunta después al procesado si tiene algo que alegar, el cual dice que únicamente implora la benevolencia.
El Tribunal de Derecho se retira a deliberar a las diez próximamente.

La sentencia

A las once y media se constituye nuevamente en la Sala y el magistrado ponente da lectura a la sentencia de acuerdo con la petición fiscal.
Con lo cual y la lectura del acta se da por terminado el juicio.