Los Tres Pasajes, nº 2, 1844

Pasajes exteriorizó con toda elocuencia su dolor
ante la desaparición de la ejemplar religiosa

Un suceso desgraciado, recientemente acaecido, alteró profundamente la paz proverbial de las Religiosas Do­minicas de la Anunciata que regentan el Colegio del Amor Misericordioso. Nos referimos al fallecimiento de la Superiora, Madre Mercedes Balcells, ocurrido el 7 del pasado junio.
El suceso afectó profundamente a todo el pueblo de Pasajes que tan entrañable afecto profesaba a la vir­tuosí­sima Madre fallecida y que de modo tan elocuente se asoció al dolor que su desaparición produjo entre sus compañeras de hábito y entre las alumnas todas del Co­legio.
La desgracia, empero, no afecta exclusivamente a cuantas personas conviví­an y alternaban con ella de con­tinuo en las disciplinas de la Religión y de la Enseñanza.
La muerte, plácida y santa, como diremos luego, de la Madre Mercedes Balcells, es una pérdida irreparable, tal era su inconfundible personalidad, para la propia Comunidad de Religiosas Dominicas de la Anunciata.

BOSQUEJO BIOGRÁFICO
Mercedes Balcells Galofre era catalana: habí­a nacido en Santas Creus (Tarragona) en Julio de 1882. Iba a cumplir, pues, dentro de pocos dí­as, 62 años.
Ya desde su más tierna edad distinguí­ase en las clases por su inteligencia precoz y por su acendrada piedad.
Entró en el Instituto el 25 de julio de 1901, profe­sando de religiosa el 30 de Abril de 1903.
La Comunidad asignóle el rango de Superiora el 19 de Diciembre de 1939, cargo que ejerció, sucesivamente, en Játiva y Gerona.
Desde Gerona vino a Pasajes y en esta Villa ha teni­do lugar su tránsito a la Eternidad.

SU DINAMISMO, SU CULTURA, SU DON DE GENTES
La principal caracterí­stica de la Madre Mercedes era el dinamismo de su inteligencia privilegiada.
Poseí­a una vastí­sima, cultura era muy notable artis­ta: la Poesí­a y la Música tení­an en ella una gran aficio­nada y una cultivadora asidua y sincera.
También era muy versada en lenguas, de las que po­seí­a varias, muertas y vivas.
Su capacidad intelectual le permití­a atender simultá­neamente varias clases: Calculo, Música e Inglés, por ejemplo. Pero sus manos, sin embargo, tampoco estaban ociosas jamás. Y de su habilidad manual quedan no po­cos recuerdos en el Colegio del Amor Misericordioso.
De su paso en las Residencia de Játiva y Gerona se guarda muy grata memoria; no sólo por su empuje personal, en orden a actividad e iniciativa fecundas y ejemplares sino por la simpatí­a, bondad y sencillez de su ca­rácter. Porque la Madre Mercedes tení­a en sus manos todos los resortes del don de gentes.

SU PIEDAD
Muchos meses duró la enfermedad de la Madre Mer­cedes, que soportó sin una queja, con una conformidad ejemplar.
Su piedad acrisolada –alma interior y eucarí­stica la suya– inducí­ále a pasarse muchas horas ante Jesús Sa­cramentado. Llevaba seis meses en cama y todaví­a le duraban los callos que la continua oración hizo nacer en sus rodillas.
Su paciencia era infinita; su voluntad, la de Dios; su obsesión constante, mantenida aun durante su larga en­fermedad, la Comunión.
También se 1e oyó decir muchas veces, en el trans­curso de su dolencia:
–Hágase lo que Dios disponga; mi voluntad no ha­bí­a de crear el menor obstáculo a la del Señor.
Cuando se hací­a alusión a los sufrimientos que la en­fermedad le ocasionaba, decí­a:
–Se los dedico con gusto al Señor, por la Iglesia y el Papado.
Y agregaba:
–Presta estoy a estar en el Purgatoria hasta el fin de los siglos, por la salvación de las almas…
Un unes antes de expirar perdió la enferma el habla. Desde entonces no cesaba de llevarse a los labios y de besar el Crucifijo.

SUS ÚLTIMOS DÍAS
Puede decirse que la agoní­a de la Madre Mercedes duró un mes. Dí­a tras dí­a, su vida se iba prolongando inexplicablemente. Las hermanas todas de la Comuni­dad, que rivalizaban en su solicitud hacia la virtuosa Su­periora, veí­anla morir ahora y revivir poco después en un alarde prodigioso de vitalidad.
Cierto dí­a le fue preguntado que qué le daba más paz en sus últimos momentos.
La moribunda contestó, clara y serenamente:
–Las misas oí­das; el haberme consagrado a Dios des­de mi más temprana edad y el amor que siempre, he profesado a la Santí­sima Virgen.
Como cayera en un profundo sopor, alguna hermana se le acercó, preguntándole, dulce y carificsa
–¿No nos habla? ¿Se ha vuelto Capuchina?
Abrió la enferma los ojos y movió negativamente la cabeza.
–¿Quisiera ser Dominica? –insistió la monja.
Entonces, la Madre Mercedes dijo con la testa, que sí­. Y haciendo un suprema esfuerzo, plegó los pálidos la­bios para decir
–¡Y de la Anunciata !

LA MUERTE
A las 5,30 de la mañana del miércoles 7 de junio, cerró los ojos la enferma…
Como un alma que plácidamente se duerme en los bra­zos del Mejor de los Padres…
Y rodeada de todas las hermanas de que en Pasajes dispone la Comunidad. Esto ocurrí­a en el piso segundo del Colegio. Y fueron las propias hermanas -para evi­tar que manos extrañas llegaran a tocar el cuerpo de su Superiora– quienes, por el amor religioso que la pro­fesaban, bajaron el cadáver al primero, en una de cuyas estancias instalóse la capilla ardiente.

IMPONENTE MANIFESTACIÓN DE DUELO
La conducción del cadáver al cementerio de Alza se verificó al dí­a siguiente, festividad del Corpus, después de la tradicional procesión.
El amor que tuvo a la Eucaristí­a encontró la compen­sación de que su cadáver pasase por el mismo lugar por donde poco antes habí­a pasado Jesús Sacramentado…
Jóvenes de Acción Católica, que se reemplazaban, lle­vaban a hombros el cadáver.
Todo el pueblo de Pasajes le acompañó en su postrer paseo por el mundo. Pocas veces, muy pocas, se ha visto en nuestra villa una tan grande y elocuente manifesta­ción de duelo.
Ocuparon en la presidencia de éste el lugar a que por sus especialí­simos afectos hacia la Comunidad de la que la finada era Superiora tení­an derecho los prestigiosos vecinos de la localidad, don Miguel Garbizu, don Andrés Obeso y don Antonio Laboa.
Tal manifestación del sentimiento popular tuvo una segunda edición en los funerales, celebrados en la parro­quia de Ancho y que revistieron particular solemnidad dada la personalidad de la finada.
El 9, a mediodí­a, recibió sepultura. No pudo recibirla antes porque tardó en llegar un documento que faltaba. Las hermanas todas y numerosas alumnas –todas las cuales profesaban a la Madre Mercedes profundí­simo ca­riño– presenciaron esta última ceremonia. Trabajo lea costó separarse de aquel lugar… La augusta serenidad de aquel rostro simpático, infantil e inteligente –más bello entonces todaví­a, a las 48 horas de fallecer, que en el momento mismo del óbito– las tení­a absortas y suspensas, sumido el común espí­ritu en rezos y medita­ciones…