Pasajes nº 6, 1932

Niños y flores, vida y alegrí­a; alegrí­a es belleza, belleza moral por cuanto es conocida y apetecida. Niños y flores son alegrí­a y belleza; quien ama la natura ama lo bello, es decir, ama a niños y flores. ¿Existirá por ventura, alguien que no los ame? Sin embargo, esto no es todo, pero quitadlo, suprimidlo por un momento y veréis lo que nos queda.

Sonrí­e la naturaleza toda en esta veraniega época circundada por un nimbo de flores vistosas, de aromas embriagadores, de sol radiante, de alegrí­a vivificadora, de vida exuberante, pero este sonreí­r placentero, este soñado estí­o nada o casi nada es sin la compañí­a del niño, sin que éste le complete con su alegrí­a innata, con su risa franca, con su corretear incesante y hasta con su llanto breve y tierno. Ved un parque; contemplad sus umbrosos árboles, sus flores, sus estanques, su césped…, todo en él es bello, su conjunto es bello, artí­stico, y si queréis, admirable, pero no es alegre mientras los niños no le presten su alegrí­a, es un jardí­n bonito pero casi muerto en tanto los niños no le hollen con su planta. Observad a varios niños correteando en ese parque y tendréis unida a la belleza la alegrí­a. El parque sin niños es algo insí­pido, monótono, triste, algo así­ como un rosal sin rosas, un campo sin verdor, un dí­a sin sol, un año sin verano, una vida sin alegrí­as, un palacio sin muebles, una velada sin música, un pastel sin azúcar, un manjar sin sal.

Amar al niño es contemplarlo y sentirlo; instruirlo es preparar su felicidad y la ajena; educarlo es llevarlo por segura senda, enseñarle es fortificar su alma para ser útil a sí­ propio y a la sociedad.

El niño es un pedazo de nuestra alma, un complemento de nuestra vida; debemos amarlo por ser quien es, por su inocencia, por su candor, por su pequeñez, por nosotros mismos, por ambición natural. Niños, venid a mí­; quiero amaros, instruiros, educaros, enseñaros.

Me preguntan: ¿Cómo son los niños de Pasajes?, es decir; ¿son buenos o malos, listos o del montón…? ¡Vaya una pregunta! Mas, si en un principio quedo perplejo, después trato de indagar la razón de tal interrogatorio; sondeo y sondeo más y observo que, acaso, esa especie de cosmopolitismo aquí­ existente, ¿no?, mueva a mi interlocutor. Que ¿cómo son los niños de Pasajes? Tiene gracia; pues estos niños son, sencillamente, como todos los niños, como los de San Sebastián,y como los de Guipúzcoa, como los de toda España, como los de todo el mundo; son niños y nada más que niños. La niñez es una, como la especie humana, y nunca he sabido que haya diferencias generales entre los niños españoles y americanos, chinos y franceses, aunque sí­ puede haberlas individuales.

Juzgando con verdadero conocimiento, después de haber pasado por mi mano tanto niño, puedo afirmar que los de Pasajes son buenos en general, son dóciles, y tienen una caracterí­stica que no los diferencia sino que los eleva sobre los demás, son espabilados, se destacan del acervo común, dicho así­, sin rodeos ni circunloquios, aunque con leves excepciones. Acaso el medio ambiente, callejero en los más, quizás la mescolanza regional, acaso alguna otra diferencia o circunstancia desconocida o no estudiada los haga tan despiertos, tan dispuestos a asimilarse pronto cuanto se les enseña, cuanto ven, cuanto oyen, circunstancia muy digna de tenerse en cuenta ya sea en su favor, ya en su contra. Ello es que el porcentaje de los listos es muy elevado; podrí­amos citar nombres, muchos
nombres, pero esto mismo nos obliga a callarlos.

Me atrevo a asegurar que en Pasajes, sobre todo en Ancho, por ser lo que mas convivo y conozco, el analfabetismo está desterrado, y el semi-analfabetismo lleva camino de desaparecer. En todos los pueblos hay un ente desgraciado, un hazmerreí­r, un tonto-listo, que vive de la caridad pública a expensas de sus inocentadas, un ganapán que vive sin trabajar gracias a sus gracias callejeras. Pues bien, ese ente caracterí­stico no existe en Pasajes, aquí­ no se ve ningún advenedizo, aquí­, dí­gase lo que se diga, todos viven del y para el trabajo, desde el niño hasta el anciano. Para el niño anchotarra, las horas de escuela son sagradas; durante ellas, vénse las calles tristes, desiertas, como nido sin pájaros, la asistencia escolar es buena, constante, uniforme, desde los seis a los catorce años, y con estos datos y otros que omito se vendrá en consecuencia de que es cierto cuanto digo.

Otra prueba de la feliz asimilación del niño pasaitarra la hallamos en su aptitud para la música. Como prueba de ello, ahí­ tenemos la llamada Schola Cantorum, tan renombrada como admirada y ensalzada por propios y extraños, y tan acertadamente dirigida por nuestro respetable D. Gelasio Aramburu, modelo de hombres inteligentes y laboriosos. Seguramente a Pasajes, con ese conjunto de futuros hombres, unido a las envidiables condiciones geográficas naturales, le está reservado en tiempo no lejano un brillante porvenir.

Poco ha, Pasajes Ancho era un pequeño barrio (aunque sea paradoja) con escaso número de familias y sus dos escuelitas unitarias, capaces en aquel entonces para dar instrucción a la pequeña población escolar; pero, he aquí­ que, de pronto, crece, se ensancha, se dilata, aumentan los edificios, los moradores, los niños. y con ello se plantea un problema, el problema de locales escolares. Hubo que resolverlo, y pronto; como no faltaba dinero ni buena voluntad, quedó resuelto y vaya por ello mi sincero y entusiasta aplauso.

Aquellas dos escuelitas unitarias se convirtieron en tres también unitarias (dos de niños y una de niñas), tan pronto se sintió el exceso de población infantil. Visto que el censo escolar aumentaba de modo alarmante, fue preciso tomar cartas en el asunto, estudiarlo con fe y resolverlo con prontitud, lo que dio por resultado la creación de una tercera escuela de niños, cuyas tres, dejaron de ser unitarias para pasar a ser graduadas, es decir, que ya tenemos un grupo escolar con tres grados perfectamente definidos, donde recibí­an instrucción unos 180 niños repartidos en tres locales y grados cada uno con su correspondiente maestro. A pesar del esfuerzo que esto impuso, se vio en seguida que no era suficiente; habí­a, pues, que dar otro paso definitivo, otro avance y el asunto escuelas quedaba resuelto.

Deseando vivamente dar cima a este problema, que ya iba resultando pesado y enojoso, se procedió a dar otro empujón, otro esfuercillo, otro envite, y éste, verdaderamente fue grande, de gigante. Con una actividad digna de todo elogio, que honra a Pasajes y a sus autoridades todas, se crearon de pronto cinco nuevas escuelas, con lo que el número de éstas se eleva a ocho en la actualidad. De ellas, cuatro son de niños y cuatro de niñas, todas graduadas, o sea, que tenemos dos escuelas graduadas de cuatro grados cada una, las cuales hoy por hoy son suficientes, pues albergan y dan enseñanza a cerca de 400 niños y niñas, cifra a que próximamente se eleva el censo escolar de Ancho.

Esto más, la población escolar sigue en crescendo, el número de niños aumenta, aunque despacio, como lo prueba el hecho de que, según los libros de matrí­cula, las altas de los niños son mayores que las bajas, o dicho de otro modo, es mayor el número de los que ingresan que el de los que terminan, lo cual, como no es un secreto para las autoridades, se halla ya en el ánimo de éstas la creación de un grupo escolar, en tiempo relativamente próximo, de seis grados para cada sexo, con lo cual quedarí­a definitivamente resuelto este importantí­simo asunto de los locales-escuelas, en un largo perí­odo de tiempo, en el distrito de Ancho. Otro tanto puede decirse de los distritos de San Juan y San Pedro, máxime en el barrio de Trincherpe.

Resumiendo, pues, diremos que el total de escuelas pertenecientes al Ayuntamiento de Pasajes se eleva a dieciséis, repartidas en esta forma: tres en San Juan, cinco en San Pedro y ocho en Ancho; de estas dieciséis, dos son de las llamadas Pósitos de pescadores. Además, en Trinctxerpe se abrirán en breve otras dos escuelas, pues el número de sus habitantes crece, al parecer, como la espuma. ¿Cuántos niños y niñas se instruyen en estas dieciséis escuelas? Pues de 900 a 1.000. He aquí­ un dato curioso para calcular y considerar lo que será Pasajes dentro de veinticinco años.

Querí­a terminar estas lí­neas hablando, o mejor, escribiendo algo de los padres, autoridades y Maestros, pero con lo dicho más arriba me basta, pues ¿qué diré de los padres que, según he mostrado, se afanan por mandar todos los dí­as sus hijos a la escuela? ¿Qué puedo decir de las autoridades de todos los matices que tienen en haber la solución completa del problema escolar? Y, por último, ¿qué queréis que diga de los Maestros? ¿Debemos nosotros, por ventura, hablar de nosotros mismos? Solo puedo decir que estamos encantados en Pasajes, y muy contentos y satisfechos y agradecidos de los niños, de los padres y de las autoridades, a todos los cuales toca juzgarnos en la escuela. Esperamos, pues, vuestra visita, siempre muy agradable, y quedan, padres y autoridades en el uso de la palabra.

Rafael Eguiluz