Los Tres Pasajes nº 18, 1960

En las primeras horas de la noche del sábado 13 de Febrero último dejó de existir, a los 78 años de edad, don Victorio Luzuriaga Iradi, nombre cuya sala enunciación lo expresa todo para Pasajes.

Por lo tanto, serí­a necio tratar de descubrir a estas alturas a don Victorio Luzuriaga, cuyos méritos como hombre inteligente, laborioso y cordial fueron sobradamente difundidos y alabados mucho antes de su desaparición de este mundo.

Si habrí­a de hacerse un resumen de la vida del finado creemos que bastarí­a con decir: “Era uno de los jefes de industria más conocidos y prestigiosos de España”.

Sin embargo, como pasaitarras y guipuzcoanos, creemos que estamos obligados a decir algo más, aun a riesgo de repetir conceptos y noticias ya divulgados con ocasión de su muerte.

Fue don Victorio uno de los prototipos de nuestra raza: emprendedor, trabajador infatigable, un indiscutible creador de, riqueza material y social; un ejemplo de tenacidad y sacrificio y unta continuación, siempre superada, de los afanes e inquietudes de su inolvidable progenitor, que fue concejal del Ayuntamiento donostiarra y tuvo, hace evidentemente muchos lustros ya, un modesto taller metalúrgico en el muelle de la Jarana, que más tarde fue trasladado a Ategorrieta, donde en la actualidad se halla el Colegio de San Ignacio, y finalmente al pasaitarra Molinao.

Aquí­, en Pasajes, es donde comienza la carrera industrial ascendente de don Victorio, continuador y perfeccionador constante de una empresa que ha proporcionado indudable bienestar a la gran familia productora. La antigua y famosa “Fundición de Molinao” vino a transformarse luego en una magní­fica y completa factorí­a, espejo y orgullo de Guipúzcoa y del Paí­s Vasco.

Siempre en pos de nuevos horizontes, anheloso de vencer nuevas dificultades y de resolver más arduos e insospechados problemas, don Victorio fundó en Pasajes San Pedro los astilleros de su nombre, a los que dio un gran impulso en la especialización de obra marí­tima al dotarlos del primer dique flotante por aquí­ conocido y que tantos servicios ha prestado a las flotas pesquera y comercial de la región con la realización de importantes trabajos hasta entonces vedados, en nuestra Provincia, a esta rama industrial.

Ya en su madurez, don Victorio llevó al lugar de su nacimiento “Lasarte” su dinámica actividad, adquiriendo la planta siderúrgica de la sociedad “José de Orueta”, con extensiones en nuestra hermana y vecina Renterí­a.

Forzoso era que una empresa de la envergadura de la que don Victorio Luzuriaga llegó a crear encontrara en su camino inconvenientes y dificultades de todo orden, sobre todo en los primeros tiempos. El finado, hombre expansivo y sincero, complací­ase muchas veces en recordar sus comienzos modestos y los baches económicos que tuvo que atravesar y superar. Sin duda recordando los agobios pasados y las manos amigas que le ayudaron a él en los trances difí­ciles, Luzuriaga no dejó de prestar también su auxilio material y financiero a no pocos industriales que pasaron por análogas dificultades, cuya superación encierra “bien lo sabí­a él” hondas amarguras, mucha cavilación y a veces resoluciones rápidas a vida o a muerte…

Pasajes entero, y de modo especial Ancho, lloraron la muerte de don Victorio como se llora la desaparición de un padre, cuyo recuerdo no desaparece nunca. Y es muy posible que, no tardando mucho, la Villa dé a una de sus calles el nombre del finado. Lo mismo que ha hecho ya Palma de Mallorca, cuyo Ayuntamiento, fundado también en motivo de gratitud, acordó recientemente dar el nombre del gran capitán de empresa guipuzcoano a una calle del caserí­o turí­stico de San Agustí­n, de aquella ciudad, acuerdo ya plasmado en realidad con fecha 1 de Abril último.