Ospakizunak

SOLEMNE BENDICION DE LA BANDERA
de la Sociedad Pasayako Lagun Ederrak

El Paí­s Vasco, 1924-07-08

Imponente manifestación de simpatí­a
La Sociedad Pasayako Lagun Ederrak
obtiene un clamoroso éxito en la organización de su tamboreada

Cuando un puñado de jóvenes intrépidos se encuentran saturados de cálido entusiasmo y una franca y férrea voluntad les anima, no hay empresa, por ardua que ésta sea, que no llegue a la realización de su deseado fin.
Esto que la historia del Universo nos lo demuestra con innumerables ejemplos fue el quicio, caro lector, sobre el cual han girado los acontecimientos pasaitarras.
El domingo fue un dí­a grande para la grey “Pasayakista”. Sus ilusiones todas coronaron el éxito más lisonjero; estos bravos muchachos se echaron a la calle decididos a demostrar el espí­ritu que les anima y se salieron con ella; al amanecer el dí­a la Sociedad hallábase profundamente adornada de caprichosas guirnaldas, ya naturales, ya artificiales, entrelazadas con una colección de vistosos farolillos venecianos. Festoneando el borde del toldo, lucí­an variedad de banderitas y distintivos de la Sociedad; todo el conjunto parecí­a dar escolta a aquel hasta que aguardaba silenciosa para ceñirse más tarde el trofeo nunca bien ponderado, que las encantadoras y entusiastas jóvenes “pasayakistas” más tarde regalaran.

A las diez salió la comitiva con dirección a la parroquia; rompí­a marcha la abanderada, una joven tan simpática como graciosa que, con aire marcial y delicado porte, ceñida con la banda de donde pendí­a la joya de su cariño, parecí­a uno de esos ángeles humanizados que son el aliento inmortal de los valientes que mueren en las ingratas tierras africanas.
Detrás seguí­an los padrinos con aquella gravedad y espí­ritu que rodeaba el acto; él vestí­a de riguroso luto y la madrina lucí­a la clásica y atractiva mantilla española; cerraba el cortejo la directiva, socios y demás concurrentes.
Después de la bendición, una gran multitud apiñada en el atrio presenciaba la magnitud del acto; los fotógrafos cumplí­an su cometido y a los acordes de la dulzaina, en la fraternal alegrí­a, disparos de cohetes y chupinazos, fue llevada triunfalmente para colocarla en el asta social.
Hay momentos en la vida que de tal manera se gravan en el corazón humano que ni el decurso de los tiempos ni las alteraciones más esenciales son capaces de tachar lo más mí­nimo.
Y este acto del izamiento de la bandera entre la masa popular que aplaudí­a frenéticamente, entre las alegres notas del himno nacional y el incesante estampido de la pólvora será también un recuerdo perenne esculpido en los corazones pasaitarras.
A continuación se sirvió, tanto a los padrinos como a cuantos jóvenes concurrieron al regalo de la bandera, un “lunch”, cruzándose los consabidos ritos oficiales y brindis de confraternidad.

* * *

Pero donde rayó a gran altura la voluntad firme, combinada con el gusta artí­stico de jóvenes tan entusiastas fue en la magistral tamboreada de la noche.
Para la hora indicada el vecindario de Pasajes y gran afluencia de los pueblos limí­trofes se habí­an situado en los puntos estratégicos; las calles del itinerario lucí­an infinidad de farolillos caprichosamente colocados y en los balcones se agrupaban los rezagados para presenciar desde allí­ la caravana.
Con el orden más metódico, se dio la salida al son de la marcha tí­pica. La formación era como sigue:
Heraldo mayor, llevando las bridas un paje; sobre el caballo lucí­a un gigantesco farol chinesco; a corta distancia dos heraldos más con dalmáticas, guiados con sus correspondientes alguacilillos; detrás seguí­a la escuadra de gastadores con su cabo al frente; éstos lucí­an pantalón y taleguilla con distintivos azul y rojos, ostentando gorro de campaña estilo Tercio.
A continuación tambor mayor, pantalón blanco, levita entorchada, bandolera y bicornio; tambores, con bicornio y guerrera y pantalón galonado, azul y grana; barriles, con pantalón, guerrera y gorro blancos; seguí­a la banda con guerreras rojas y bicornios.
Detrás y como joya decorativa, iba una carroza alegóricamente dispuesta “forma lancha”, ocupada por distinguidas y bellas señoritas pasayakistas que lucí­an vistosí­simos trajes a usanza andaluza, y cerrando el cortejo la flor y nata de la belleza; otra carroza con “emblema de trono” en cuyo puesto se sentaba la reina rodeada de su corte; ésta, primorosamente vestida, lucí­a diadema ceñida sobre la frente, cuello estuardo, y traje blanco; su corte, magní­ficamente representada, vestí­a a la usanza netamente española.
Dando un sabor fantástico a la comitiva, acompañaban a ésta una variedad de bengalas de colores y antorchas que, colocadas en puntos propicios, producí­an una intensidad de luz y colorido admirables.
Durante todo el trayecto fueron objeto de los aplausos más lisonjeros por parte del público, especialmente frente al domicilio social en cuya terraza se agolpaban lo más nutrido y selecto de la sociedad que les aplaudí­an sin cesar, locos de entusiasmo.
A su regreso al domicilio y como final del itinerario, tocaron todas las piezas del repertorio con habitual maestrí­a, terminando tan hermosí­sima fiesta con tan grandioso éxito, justa recompensa al trabajo realizado.
¿Comentarios?…
¡Aguarda lector!… que todaví­a se están recibiendo numerosas felicitaciones por tan resonante triunfo y como estamos en fiestas… seguimos disfrutando.
¡¡Vaya la mí­a, caros “pasayakistas”!!… mi felicitación más cumplida y entended que así­ se gana el cariño, así­ se ganan los triunfos.

Aurrera